Blhoja 061 – SAN LUIS
Terminada
la aventura de los Andes tenia planeado pasar unos días en San Luis.
De paso,
volviendo de Mendoza, iría a visitar a mi amigo Víctor que hacía unos cuantos
años que no lo veía. Luego de Malvinas, nos volvimos a ver en un encuentro de
excombatientes en Villa María, Córdoba, allá por el año 2005. Desde esa vez solo
nos comunicábamos telefónicamente y siempre me invitó a pasar unos días por su
pago y nunca pude llegar. Esta era la oportunidad y para sorprenderlo no le
avise nada.
En Mendoza
me subí al bus al mediodía y elegí el primer asiento en la parte superior del
coche, para ver mejor el paisaje y tomar algunas fotos, pero los vidrios tenían
pegado el vinílico con el que ahora promocionan sus vehículos y todo se veía
turbio. Bueno, entonces la otra opción era dormir. A punto de partir sube al
bus, una señora con su hijita. Comenzó a mirar los números de asiento y yo
rogando que no se siente a mi lado. Se fue hacia atrás y al momento volvió,
saludó, pidió permiso y se sentó. Dijo que no le gustaba ese primer asiento,
cuando se pusiera en marcha el ómnibus se marcharían a otro vacío. Ni bien
subió me di cuenta que tipo de mujer era: charlatana.
Y así fue
que ni pude dormir, ni escuchar música, solo su cantinela. Empezó contándome a
donde iba, con quien se encontraría, como la conoció, etc. etc. Además de su
compulsivo parloteo sobre ella venía su “pastelito”.
-- En Chile
le decimos así porque son inquietos…
-- E
insoportables—le digo yo con toda la cara llena de risa, para que no suene tan
agresivo.
Mientras la
señora, menor que yo, relataba todas sus andanzas por la ciudad de Copiapó, de
donde me dijo que era, la “pastelito”, hacía de las suyas. Comía y dejaba,
lamía y tiraba todo lo que su madre
sacaba del bolso para conformarla, o silenciarla. Se pintarrajeaba y se colgaba
todos los adornos que tenía en su mochilita. Mis piernas bailaban esquivando
sus manos enchastradas o de pinturita para los ojos, los labios y los cachetes,
o del chocolate derretido en el calor del bolso materno o esos caramelos
pegajosos que por momentos asomaban en sus labios, amenazantes, dispuestos a
salir volando luego de una deliberada espiración
. La madre no paraba de hablar, primero de la mancha de su cara que a pesar de
ser ella cosmetóloga egresada de los suplementos del domingo del Mercurio, no
ocultaba mas porque la etapa de la vergüenza ya había quedado en el olvido.
Luego, de las ultimas conquistas, entre ellos un señor de mucho dinero, dueño
de la tienda donde trabajaba, pero le pedía a cambio que se quede en la casa a
mantener la limpieza del hogar y ella, esta acostumbrada a la libertad de hacer
lo que quiera y no se iba a clavar encerrada en una casa lujosa y mucho menos
con un viejo. También vino el relato de la pobre mujer con quien se encontraría
en una localidad cordobesa, que había conocido por facebook y que la había
invitado para concretar juntas un emprendimiento de vaya a saber que me dijo
entre tanto de sus dichos. Yo me reía.
Me relaje, eso si, siempre atento a las manitas de la pastelito, y
disfrute de esas tres horas y media con sus relatos entre trágicos y
desopilantes. Las que no disfrutaban eran las dos pasajeras que viajaban en los
asientos paralelos a los nuestros. Intentaban dormir, pero la pastelito
corriendo por el pasillo y tirándose con todo su cuerpecito contra el
parabrisas, provocaba ciertos ruidos que les impedía el sueño.
--Te vas a
hacer daño mamita—decía dulce y complaciente su mamita que escuchaba como yo,
los bufidos de nuestras vecinas.
En un
momento cayo de sus manitas enchastradas la botella de gaseosa y rodó por el
pasillo. Evidentemente la botella golpeó con su base en el piso e hizo que
parte del líquido saltara por los aires… algunas gotitas golpearon mi cara,
pero creo que quienes salieron perjudicadas fueron las bufosas vecinas que,
harta, una de ellas después de gritarle algún insulto, bajo hacia los choferes
a presentar su queja. El episodio terminó bien… para la madre. El chofer en
descanso, subió y preguntó solamente que ocurría y la madrecita tan amablemente
pidió disculpas por lo ocurrido.
Camine unas
cinco o seis cuadras desde la
Terminal de ómnibus hasta la plaza central y a unos metros de
la catedral estaba mi hotel. Recorrí la casi desolada San Luis dominguera y
luego de una cena rápida lo llame a Victor para encontrarnos al día siguiente.
Esa misma noche me fue a buscar a la esquina de la plaza y me llevo a su casa a
conocer a su familia. Continuaban festejando los 15 de la niña, así que ligue
empanadas y la torta de cumpleaños.
Me despertaba temprano. El campanario de la iglesia empezaba su sonar a las siete de la mañana, y aunque quisiera dormir una horita mas, a cada rato resonaba el disco de carillones musicales que anunciaban los cuartos de hora con una melodía diferente.
En los días
sucesivos Victor me llevo a recorrer distintos lugares y pueblitos vecinos a la
ciudad, muy característicos y pintorescos. En uno de los recorridos llegamos a
su ranchito en medio de la montaña, aunque abandonado, ideal para un relax en
medio de la naturaleza.
Visitamos La Carolina , a unos 80 kilómetros de la
ciudad, un pueblito típico de unos 250 habitantes donde uno de sus principales
atractivos son las antiguas minas de oro. El camino desde allí hasta San Francisco del Monte de Oro, es un trayecto subyugante. Atravesando la Pampa de las Invernadas se
asciende a unos 1800 msnm hasta bajar abruptamente en un zig-zag muy cerrado
enmarcando la ladera y permitiendo ver a lo lejos el pueblo de San Francisco
que te espera antes de su ingreso con un bosque de palmeras caranday las cuales
rememora Sarmiento en su “Recuerdo de provincia” alla por 1844, cuando en su
paso por allí dejaron en su espíritu ese “olor de la vegetación de aquellas
palmas en abanico”.
Pase unos
días muy agradables junto a su familia y en la tranquilidad de esa ciudad
puntana.
El último
día nos fuimos a Quines. Pequeña ciudad al norte de la provincia, a unos 150 km de la ciudad de San
Luis. Yo le pedí que me lleve y el aprovecho para hacerle un mandado a las
monjitas de la congregación a la que el pertenece.
Nuestra
relación se basa en grandes discusiones. Ideológicamente no nos parecemos en
nada pero tenemos la suficiente valentía de respetarnos en esas diferencias.
Hay algo superior a las discrepancias que es el cariño y el respeto que nos
tomamos en los azarosos días de Malvinas. Y no me ocurre con todos, con muchos
directamente no hablamos de ciertos temas porque terminamos peleando. Son muy
pocos con los que tengo ese enlace histórico y sentimental que supera toda
diferencia ideológica.
Así fue que
en estos tres días, discutimos como nunca, tuvimos algunos puntos de acuerdo y
fuimos intercambiando recuerdos que van completando la historia que nuestra
memoria ha pasado por alto, mientras recorríamos esas rutas puntanas.
Este viaje
a Quines fue otra de mis incursiones en el recuerdo. Como queriendo rescatar a
los protagonistas de mi pasado llegue a la ciudad en busca de un amigo de la
infancia y la adolescencia. Hacía unos meses y gracias a facebook habíamos
retomado tímidamente la relación perdida hacía 25 años. Yo me fui a Rosario y
luego él se caso y se vino a la provincia de San Luis. Nunca mas tuvimos
noticias, salgo algunos comentarios de parte de nuestras madres, que siguen
viviendo en el mismo pueblo y que ya no se relacionan como antes, hasta casi no
se ven, según mi madre.
No le había
dicho a Carlos que estaría por la zona, así que me aparecí de sorpresa. Pasó
mucha historia por parte de los dos, imposible de resumir en una o dos horas de
reencuentro, pero me lleve una alegría impensada. Muchos años después de
nuestra separación, comencé a indagarme de como había terminado esta relación
que era de dos pibes, casi inseparables. Llegué a la triste conclusión que por
mi culpa, aunque lo pueda justificar con mi estado alterado post Malvinas, en nuestros
últimos encuentros yo lo maltrataba con cuestiones no muy gratas. El temor al
reproche en este encuentro me siguió hasta el momento mismo del abrazo que nos
pegamos al vernos, pero se transformo en sorpresa cuando al despedirnos no
puede dejar de decirle esto que me
estaba pasando, esta duda y este dolor por lo hecho en el pasado. El me confeso
que al contrario, tenía un buen recuerdo de ese alejamiento circunstancial. Yo
le había entregado algo que era muy importante para mi como evocación de mi paso
por Malvinas y eso lo reconfortaba mucho.
Sorpresas que da la vida. Cómo nuestra memoria nos hace esa mala jugada de tenernos años y años con una culpa desgarradora. En aquellos momentos, yo había dejado ese niño/adolescente que compartió con Carlos jornadas encantadoras, en la fría turba malvinera y a cambio, me había traído a un tipo recio y amargado que no pudo recuperar ese encanto por muchos años. Seguramente Carlos lo percibió y generosamente se olvido de esos agravios. Me toca a mi ahora, recuperar aunque sea en parte, aquel bien perdido.
Otro viaje
de placer en lugares impensados y sorprendentes. Otro viaje de encuentro. Con
el pasado, con los afectos del pasado. Conmigo.
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- Hoy: Patrick Suskind
EL PERFUME
(...)
Lo que encontraba mas liberador era la lejanía de los seres
humanos. En París vivían hacinados mas habitantes que en cualquier otra ciudad
del mundo, unos seiscientos o setecientos mil. Pululaban en las calles y plazas
y atestaban las casas desde el sótano hasta el tejado. En todo París no había
apenas un rincón que no bullera de hombres, ninguna piedra, ningún trozo de
tierra que no oliera a seres humanos.
Ahora que había empezado a alejarse comprendió con claridad
Grenouille que aquel denso caldo humano le había oprimido como un aire de
tormenta durante dieciocho años. Siempre había creído que era del mundo en
general de lo que tenía que apartarse, pero ahora veía que no se trataba del
mundo, en el mundo sin hombres, la vida era soportable.
Al tercer día de viaje llegó al campo de gravitación olfativa de
Orleans. Mucho antes de que un signo visible anunciara la proximidad de la
urbe, percibió Grenouille la acumulación humana en el aire y decidió, en contra
de su propósito original, evitar Orleans. No quería perder tan pronto la recién
adquirida libertad de respiración, sumergiéndose de nuevo en el asfixiante
clima humano. Dio un gran rodeo en torno a la ciudad, fue a parar a
Châteauneuf, a orillas del Loira, y cruzó el río por Sully. La salchicha se le
acabo allí. Compró otra y dejó el río para continuar tierra adentro.
Ahora no solo evitaba las ciudades, sino también los pueblos.
Estaba como ebrio del aire cada vez mas enrarecido, más alejado de los seres
humanos. Sólo para proveerse de comida se acercaba a una aldea o una granja
solitaria, compraba pan y desaprecia otra vez en los bosques. Al cabo de varias
semanas le molestaba incluso encontrar de vez en cuando algún viajero por los
caminos agrestes y apenas podía soportar el olor inconfundible de los campesino
que aquí y allá segaban la primera hierba de las praderas. Rehuía, temeroso,
todos los rebaños de oveja, no por los animales, sino para evitar el olor de
los pastores. Caminaba a campo traviesa y hacía rodeos de muchas millas cuando
olía a un escuadrón de jinetes, distantes aún a varias horas de camino, no
porque temiera, como otros aprendices o vagabundos, que les controlaran y
pidieran los papeles y quizás incluso lo alistaran para la guerra --ni siquiera
sabía que se había declarado la guerra--, sino únicamente porque le repugnaba
el olor humano de los jinetes. De este modo espontáneo, sin ninguna decisión
determinada, su plan de dirigirse a Grasse por el camino más corto fue
perdiendo urgencia y al final se disolvió, por así decirlo, en la libertad,
como todos los demás planes e intenciones. Grenouille ya no quería ir a ninguna
parte, sólo alejarse de los hombres.
Acabó caminando sólo de noche. Durante el día se ocultaba entre
la maleza, dormía bajo los árboles o arbustos, a ser posible en los lugares más
inaccesibles, agazapado como un animal, con el cuerpo y la cabeza cubiertos por
la manta marrón y la nariz metida en el hueco del codo, dirigida hacia la
tierra para que ningún olor extraño perturbara sus sueños. Se despertaba al
ponerse el sol, oliscaba en todas direcciones y cuando estaba bien seguro de
haberlo olido todo, de que el último campesino había abandonado su tierra y los
vagabundos mas osados habían buscado cobijo ante la inminente oscuridad, cuando
la noche, con sus supuestos peligros, había ahuyentado a todos los seres
humanos, salía Grenouille de su escondite y continuaba su viaje. No necesitaba
luz para ver a su alrededor. Incluso antes, cuando aún caminaba de día mantenía
los ojos cerrados durante horas y se dejaba guiar por el olfato. La imagen
deslumbrante del paisaje, la luz cegadora, la fuerza e intensidad de la vista
le causaban dolor. Sólo le gustaba el resplandor de la luna. Su luz no tenía
color y perfilaba débilmente el terreno, bañando la tierra con un tinte gris
sucio y estrangulando la vida durante una noche. Este mundo como de plomo
fundido en el que sólo se movía el viento, que a veces se cernía sobre los
bosques grises como una sombra, y en el que solo vivían las fragancias de la
tierra desnuda, era el único mundo aceptable para él porque se parecía al mundo
de su alma.
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