viernes, 2 de abril de 2010











Blhoja 024. CHILE 2000 – CASTRO, ISLA GRANDE DE CHILOE



“Los primitivos indígenas que desde antes del descubrimiento habitaban el archipiélago de Chiloé, pertenecían a la tribu de los HUILLICHES (gente del Sur) que poblaban la zona al sur de Valdivia. Tenían cierta semejanza con los ARAUCANOS, con quienes se aliaban a veces, pero poca o ninguna con los indios FUEGUINOS y los TEHUELCHES que vagaban por las regiones de la Patagonia.


Los sencillos y pacíficos indios de Chiloé, hasta entonces gobernados patriarcalmente por Caciques sin gran poder ni influencia, recibieron muy bien a sus conquistadores.
Con el corazón ligero y alegre, sin sospechar siquiera que cooperaban a la pérdida de su libertad, les entregaban sus víveres y casas, sus piraguas y servidumbre ‘sin rescate, sin cuenta ni medida’.
Desde aquel momento comienza la historia de Chiloé, la triste historia de su esclavitud y de sus miserias.
Cuentan los antiguos cronistas que los isleños, en la época del descubrimiento, poseían cierto grado de cultura, y de civilización. Era una raza robusta, sana y sobria; comunicativa, franca y hospitalaria.”
CHILOE, Alfredo Weber 1902

“Los habitantes de Chiloé se hacen notar por su buen corazón, bondad y hospitalidad para con los extranjeros; en ninguna parte es tan espontánea la hospitalidad"
Robert Fitz Roy
“La gente es tranquila y humilde”
Charles Darwin


El comandante y el naturista habían llegado a la Isla Grande de Chiloé en 1835 durante su recorrido por Chile desde Copiapó a Tierra del Fuego y así hablaron de sus pobladores.

Yo (sin animo de comparación), llegaba 165 años después y la calidez de la gente parecía la misma. Castro, la tercera ciudad mas antigua de Chile con existencia continuada, con sus 35000 habitantes, se parece mucho mas a una aldea. La iglesia, reconstruida entre 1910 y 1912 y declarada Monumento Histórico Nacional se destaca de las demás edificaciones que en su mayoría son de madera y no llegan a superar el segundo piso.
Como en Dalcahue y en Puerto Montt, las tardecitas de Castro se llenan de olor a humo de leña de hoguera. Cuando años después regresé a mi pueblo por un tiempo, volví a percibir esa sensación de estar viviendo fuera de época. Hay escasos momentos que Rosario tiene ese olor. Quizás una tardecita de domingo, cuando la ciudad esta casi quieta y no genera tantos gases tóxicos, una brisa ahumada se detiene por un momento en mi patio y entre el jazminero, la glicina que esta creciendo, los agapantos y los malvones, viajo de nuevo a esa región tan cargada de paisajes diversos que reconfortan la vista y el espíritu. Y no hay mucho misterio, solo sentarse a observar: como el viento transforma las nubes, ese barquito que flota sobre la bahía serena, la línea del horizonte como se transforma centímetro a centímetro, o como el sol tiñe de rojo ese manso atardecer.


O esa tarde que salimos en busca del museo, caminando distraídamente por callecitas cada vez mas despobladas, ansiosos de nuevos descubrimientos hasta que allá abajo, aparecieron los tradicionales palafitos castreños. Montadas sobre pilotes de luma, estas pintorescas casas de madera y tejuelas de alerce le dan un matiz especial a la costa. Con sus embarcaciones amarradas a esos postes, sus habitantes, en su mayoría pescadores, esperan la crecida de la marea para salir a buscar los frutos que les ofrece el mar: peces y mariscos.






Rodeamos el estadio de fútbol y de pronto, apareció lo que ya nos estaba anunciando el estridente locutor desde los antiguos altoparlantes de aluminio colocados en la cima de un poste: esta tarde, el gran circo daba su función bajo esa carpa verde y amarilla, ahora, colores apagados para la alegría que representaba tal espectáculo, ya que el tiempo y el polvo habían hecho su trabajo. Al ladito nomás, los espíritus de los muertos, disfrutaban de algo distinto de la paz del cementerio. Una pequeña recorrida por el lugar, acompañados de unos perros flacos, revoleando felices sus colas, agradecidos por la visita y a la espera de algún hueso para pasar la tarde.
Que cosa rara un cementerio, mas que el lugar en si, la atracción que ejerce. Será que es la curiosidad por el lugar al que sin ninguna duda algún día llegaremos, por saber como se verá nuestra morada final. Aunque este diseño es muy diferente al de una gran ciudad. Niní Marshal, con el travieso humor negro de Catita, no hubiese estado a gusto en este sitio dominado por tumbas. Ella decía que prefería el nicho, “porque es mas ‘endependiente’ “.


Una avenida nos marcaba el rumbo: al final de unas diez cuadras, comenzaba una calle de tierra y “subiendo nomás esta el museo”. ¿Que nos encontraríamos en el museo que tan fervorosamente nos recomendó la conserje del hotel. ? El paseo era vistoso, estábamos fuera del circuito turístico. Una granjita, la verdulería, la carnicería, las vecinas barriendo la vereda o sentadas mirando pasar la tarde. Algunos animales sueltos y el jardín de una humilde casita nos sorprendía con unas flores raras, coloridas y rimbombantes que sobresalían entre frondosos rosales. La “flor de un día”, nos dijo la dueña, apareciendo por un costado de la casa, luego de haberle llamado su atención golpeado las manos. Tres grandes pétalos colorados, alargados y en su interior dibujado un pétalo mas pequeño delineado en un fuerte amarillo. Entre los tres, crecen otros tres mas pequeños imitando al dibujo mayor.
-- Flor de tigre también le dicen y es muy común por aquí.
La señora muy amable, nos mostró orgullosa su pequeño jardín, nombrando cada una de las plantas que tan dedicadamente cultivaba. Durante el recorrido nos contó que ella, en parte, se sentía argentina. Su esposo era argentino, venido hacía casi cuarenta años. Y había muchos casos asi.
-- Aquí en el sur, se da mucho.
O chilenos viviendo en Argentina, con sus familias argentinas.


Yo pensaba en esa antipatía que hay entre unos y otros, que se escucha con frecuencia en los medios de comunicación y en la calle. Y eso, sin duda, a causa de gobiernos antipopulares que prefieren que sus pueblos se odien antes de verlos unidos y fuertes, no va a ser que se revelen en masa. Que se puede esperar de perversos como Videla, Galtieri, Pinochet, que no solo destrozaron sus economías y mataron sin piedad a miles de ciudadanos sino que reforzaron el odio de los pueblos que ya venía germinando desde tiempos lejanos, alimentado por otros infames mandatarios.
Con unos bulbos en la mochila, seguimos camino al ya cercano museo.
La avenida pavimentada se acabó y comenzó como nos habían indicado, un camino de tierra que luego de un tramo comenzaba a subir. La ciudad ya terminaba y las últimas casitas aparecían dispersas por los baldíos terrenos ondulantes y cubiertos de hierbas. Unos antiguos galpones comenzaban a asomarse sobre la loma y un cartel anunciando el MAM. Seguimos por el camino hasta una tranquera la cual atravesamos y llegamos a un conjunto de galpones que rodeaban en un patio a tres enorme huevos, realizados con una especie de cintas de madera, similares a canastos de pesca.






Comenzamos a recorrer sus amplias galerías hasta que llegamos a una sala central completamente vacía. Salvo en la única pared sin abertura, enfrente a donde acabábamos de entrar, allí se distinguía un pequeño cuadrito. En él un anuncio. El autor de la obra que debería estar expuesta en esta sala, había sufrido un accidente automovilístico cuando venía hacia aquí. El accidente no solo provoco la muerte del artista sino que arruino la mayor parte de la obra, por eso el vacío. De igual forma y quizás como homenaje, se respetaba el espacio y el tiempo de exhibición acordado. Impactados por la noticia, seguimos recorriendo el lugar hasta que en la salida, revisando los comentarios sobre del lugar en el libro de impresiones y viendo que la mayoría eran acerca del desgraciado accidente hice un comentario ante una señorita que allí estaba como recepcionista.
-- Esa es la obra—dijo ella.
¿Cómo?. No entiendo. ¿Cuál?. La … pero el tipo no… entonces es un verso lo...
Esa es la obra. ¡Muy bien!. ¡Cómo hemos caído!
“En el MAM la obra de arte no es entendida ya como objeto único, transportable y adquirible sino como el sentimiento que produce en el espectador. Es el espacio mental creado entre obra y gente, un hecho artístico en sí, que trasciende a la obra y al artista, se trata de la emoción. Y frente a este inesperado e inconmensurable sentimiento, la obra como bien material y aislado no existe, no es arte.”


Salimos satisfechos y felices por el espacio físico del museo y por el emplazamiento, tan alejado del poco ruido de la ciudad, en medio de la nada que era un todo de naturaleza viva. Ese disfrute de llegar con cierto sacrificio no lo volvimos a repetir y a la vuelta, experimentamos el viaje colectivo. Un automóvil grande transportando pasajeros. Un colectivo, con un cierto recorrido, con capacidad para tres personas en el asiento de atrás y una adelante, con una tarifa fija dividida por cuatro.




El paseo céntrico. La plaza; en frente la Iglesia. En la esquina en diagonal unos bares repletos de jóvenes y los altoparlantes de la plaza daban un tono festivo a la ciudad. Restaurantes típicos en la avenida bordemar y los pescadores llegando de su faena diaria. Vida pueblerina en la capital de la Isla. Y si, una botellita de licor de oro oriundo de Chonchi (población mas al sur), como souvenir.
Ya se terminaba el tiempo de Castro, ya quedaban atrás todos sus seres sobrenaturales con sus leyendas y mitos que “La Fiera” había difundido notoriamente más allá de la cordillera. Volvíamos a Puerto Montt para subir a un avión hasta Punta Arenas, ultimo destino en el país hermano, antes de seguir la ruta hasta la ciudad argentina de Ushuaia, la mas austral del mundo.


Sigo dejando territorios pendientes a visitar. La carretera austral: 1200 kilómetros de selva fría, glaciares, campos de hielo, lagos, fiordos, ríos. Camino de ripio y sectores donde el único paso es por medio de un trasbordador. Parte desde Puerto Montt y es accesible en vehículos particulares ya que el público llega a muy pocos kilómetros. La ruta termina en Villa O´Higgins donde comienza el Campo de Hielo Sur compartido con Argentina donde se lo llama Hielo Continental Patagónico. Tiene una extensión de casi 17000 kilómetros cuadrados y el 85% pertenece a Chile. De allí se desprenden los famosos glaciares Perito Moreno, Uspala y Viedma en Argentina y Pío XI (el mayor del hemisferio sur), O´Higgins y Balmaceda en Chile. El lugar es casi inaccesible salvo por algunos pocos exploradores que se arriesgan a la aventura. Mas al sur, la próxima población es Puerto Natales, acceso a las Torres del Paine.




Nunca es tarde y esos lugares van a estar esperándome. Yo sigo soñándolos, la manera mas desenfrenada y barata hasta tiempos mejores.












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