martes, 29 de noviembre de 2011




Blhoja 058 – CRUCE CASI EXTRAORDINARIO III


  
“...Llegados a la cumbre, miramos alrededor y se nos presenta el más
soberbio espectáculo. La atmósfera límpida, el cielo azul intenso, los valles
profundos, los picos desnudos con sus formas extrañas, las ruinas
amontonadas durante tantos siglos, las rocas de brillantes colores que
contrastan  con  la  blancura  de  la  nieve,  todo  lo  que  me  rodea  forma  un
panorama indescriptible. Ni plantas, ni pájaros, fuera de algunos cóndores que
se ciernen sobre los picos más altos, distraen mi atención de las masas
inanimadas. Me siento feliz de estar solo; experimento lo que se siente cuando
se presencia una tempestad tremenda o cuando se oye un coro de  El Mesías
ejecutado por una gran orquesta.”

Charles Darwin, refiriéndose al Alto Valle de Tunuyan (1835)




El refugio Real de la Cruz pertenece al ejército Argentino y esta ubicado frente al Alto Valle de Tunuyan. Fue construido en la década del 40 y consta de dos plantas, con servicios de agua fría y caliente, cocina, luz eléctrica y tiene una capacidad para albergar a 150 personas.
La mayoría se dio un baño pero yo preferí mantenerme en estado aventurero. Lo lógico de esa situación era un baño en el río que corría  detrás del refugio, con sus aguas correntosas, límpidas y heladas; pero bueno, eran solo unos días y no valía la pena correr el riesgo de una pulmonía. Además había viento y ya estaba oscureciendo… Demasiado que me preocupaba la idea de que esta aventura esté contaminada con un techo de cemento, un baño de agua caliente resultaría muy burgués para la ocasión.

                         
                        

 


La cena estuvo espectacular y el vinito mendocino seguía corriendo.

Este día fue liviano. El trayecto muy corto, pero las vistas seguían espectaculares.
Salimos a eso de las once de la mañana y cruzamos el río Tunuyán que allí y en esta época solo cubría hasta la mitad las patas de los caballos. Nos topamos con el cerro Palomares, casi un copia de las archidifundidas imágenes del Cañón del Colorado, pero estaban aquí, en nuestros Andes. Distinguimos el Tupungato, cabalgamos junto al río Palomares después de dejar atrás enormes rocas abandonadas y dispersas sobre una gran planicie, señal que en tiempos remotos, por estos suelos, se deslizo un potente glaciar.                   “La piedra, ahí esta la piedra esperando que la mires. No hay paraísos, sólo hay piedra. Aprende pues de la piedra su forma de ser, el modo que tiene de estar en el mundo, aprende a vivir como la piedra.” JOSEBA SARRIONAINDIA *                     Y llegamos al fin al Campamento Real del Caletón, un techo de rocas con vista exclusiva al Marmolejo y sus brillantes hielos perpetuos; abajo, alborotado corría un arroyo.
Ni bien llegamos dos de los arrieros mas jóvenes, nos propusieron ir hacia unas termas. Mientras esperábamos a las mulas con los pertrechos, aceptamos  la expedición y marchamos a grandes trancos subiendo y bajando por las barrancas del arroyo hasta el lugar propuesto. Ya olíamos el olor desagradable del azufre mientras nos acercábamos. De un enorme hueco en la pared del barranco fluía un agua cristalina, que, mientras bajaba hacia el arroyo parecía como hervir, aunque estaba fría, y pintaba la roca que tocaba, en partes de un color liliáceo y en otros dejaba una capa blanquecina.













                           


Cuando volvimos ya estaban descargando las mulas. Tomé mis pertenencias; con Maxi nos agarramos una carpa y fuimos a armarla al lugar indicado. Era temprano, ya a media tarde teníamos la carpa lista así que hubo mucho tiempo de descanso, charla y sesión fotográfica antes de la cena. Fideos con tuco, vino y de postre: los alfajores que trajeron Carlos y Liliana, y un whisky que nos vino muy bien para calentar el cuerpo del frío de este anochecer que hasta ahora era el mas intenso.
Pero era nuestro último frío y nuestra última noche aquí en la montaña, en las montañas. La luna seguía iluminándolo todo.







“ (…) Y la noche pasa (…) como madre eterna. Mira como pasa, pasiva pero extensa, siempre va hacia poniente, despacio, femenina, inconsciente.
Va abatiendo plantas adormideras, inquietando a los murciélagos, adornada de una luna que cambia sutilmente de cuerpo. Hermosa, calma, inmensa, callada, melancólica. (…)
Va vestida con velo negro y lleva un pañuelo bordado de estrellas. Para acariciar a todos sus hijos.”   JOSEBA SARRIONAINDIA




A la diez de la mañana partimos bajo un cielo límpido. A poco de andar, nos alcanzó un grupo del ejército que iría hacia nuestro primer destino, pero tomaron otro camino, con ellos se fue unos de los cuzquitos que nos acompañaban. Los arrieros le silbaban y gritaban y este seguía seguro tras los intrusos; hasta que algo lo convenció de que iba por mal camino y escucho los gritos de este lado y así se enfiló hacia nosotros, avergonzado quizás por haber perdido el rumbo, sus orejitas paradas y el andar firme y seguro, rápido y a veces al trotecito, hasta alcanzar a la tropa, moviendo su cola, feliz por el reencuentro. Me llamaba la atención su mirada. Su esmero por que la columna no se descarríe. Lo venía viendo hace rato y me admiraba ese pararse junto a la huella y ver pasar a las yeguitas, con sus ojos atentos y orgulloso de su labor; girando la cabeza hacia atrás, controlando el orden.







Cruzamos valles y estériles extensiones, subimos lomas y bordeamos laderas escurridizas. Trepamos sobre roca llana, temerosos de alguna resbalada, las patas de la yeguita que tenía adelante tanteaban el terreno y se adelantaban inseguras, con paso lento e impreciso. Por fin nos encontramos con una enorme olla ocre, de pura piedra apenas ondulada. Allí había un grupo de arrieros con sus caballos y mulas esperándonos. Los militares ya habían subido al hito fronterizo y estaban bajando, se volvían. Nosotros comimos antes de subir a los caballos chilenos con los que cruzaríamos la frontera y llegaríamos a Chile. Se estaba terminando nuestro periplo. El paisaje argentino se despidió majestuoso.







Luego de llegar a los 4030 msnm, empezamos el descenso ya en tierra chilena. Casi una hora y media hasta llegar al valle del Yeso, mordiendo polvo, caracoleando las laderas. Cruzamos el río Yeso y después de tres cuartos de hora, con unas ganas tremendas de bajarme del caballo, al fin vimos el minibús que nos estaba esperando. Al comienzo de la bajada la adrenalina seguía, ya que el descenso era bastante empinado, no como el del Portillo, pero tenía lo suyo. Luego comenzó a resultar monótono y ya sabiendo que pronto llegaría el fin, se aceleró el deseo del desenlace.












Subimos al minibus rumbo a San Gabriel donde hicimos aduana, y luego partimos para Santiago, donde pasaríamos la noche.
Cenamos todos juntos en la esquina del hotel, en el barrio El Golf, en Las Condes. Brindamos por el éxito de la expedición y le agradecí a Manuel por los servicios y por haber logrado, por merito propio, de su empresa o… no, que ninguno de los paisajes de la travesía, se haya repetido.




*  Joseba Sarrionaindia

   (Euskadi, 1958)

Escritor y poeta vasco en euskera nacido en Iurreta (Vizcaya). Estudió filología vasca y fue profesor de fonética en la Universidad Nacional a Distancia. Su primer libro de poemas fue Izuen Gordelekuen Barrena (Dentro de los escondites de los miedos). En 1980 fue detenido por su pertenencia a ETA y en 1985 se escapó de la cárcel. Desde entonces anda fugado por el mundo escribiendo y mandando libros. Su influencia en la literatura en euskera es básica y muchos de sus libros han sido números uno en ventas entre los vasco parlantes. Entre sus obras destacan, Narrazioak (Narraciones), Atabala eta euria (El tambor y la lluvia), Ifar aldeko orduak (Las horas del norte),Ez gara geure baitakoak (No somos de nosotros mismos), Han izanik hona naiz (Estando allí, aquí estoy), Ni ez naiz hemengoa (Yo no soy de aquí), Kartzeleko poemak (Poemas de la cárcel), Marinel zaharrak (Los viejos marineros) y Hitzen ondoeza (El malestar de las palabras). Es el principal traductor al castellano y al euskera de los poemas de T.S. Elliot.


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  • HOY: PEDRO LEMEBEL

Canción Para Un Niño Boliviano Que Nunca Vio La Mar

Y cómo te lo digo y con qué humedad de letras te lo cuento, chiquito llocalla, pelusita paceño que nunca estuvo frente al estruendo salado de la planicie oceánica. Como hacértelo ver, niñita imilla, en estas letras, si nunca fuiste testigo de esa música y sus olas crespas chasconeando el concierto de la bella mar. Cómo te lo digo, niño boliviano, cómo alargo la palabra m-a-r, y que ahorita zumbe en tus oídos como mil abejas moluscas, como millones de susurros que salpican tu carita aymara con su aliento materno-mar-tierno-mari-maternal. Ésta es una carta dirigida a tus ojitos oblicuos que de mil maneras intentan imaginar ese gran charco azul que no es como te lo cuenta la profesora en el colegio describiendo la parte más extensa del Titicaca, esa zona donde el cielo se recuesta sobre las aguas verde musgo, donde no hay cerros y el horizonte desaparece en esa lama esmeralda que, de alguna manera, también semeja un ojo de mar. Tampoco es similar a esa caricatura Disney que te muestran en la escuela boliviana, con peces de colores saltando por todos lados, con bañistas y quitasoles eternamente en vacaciones de verano, con arenas doradas y olas turquesas en un exceso de pedagógica idealización.
Cómo te lo explico, chiquito llocalla, mejor te cuento mi experiencia de niño cuando por primera vez me encontré con el milagro marino. Vivía con mi familia en Santiago, y como niño pobre tuve la experiencia recién a los cinco años. En mi población se organizaban paseos a la playa por el día en enero o febrero, íbamos en micros que contrataba la Junta de Vecinos o el Club Deportivo y cada familia se preparaba días antes para el acontecimiento. Recuerdo que la noche anterior los niños no dormíamos, excitados por las expectativas del paseo. Mi madre en la cocina preparaba un pollo, hervía huevos duros, y zurcía los trajes de baño pasados de moda, desteñidos, con los elásticos sueltos por el uso familiar. Salíamos de madrugada en la micro vieja que siempre quedaba en pana en mitad del viaje. Y allí en la carretera eran horas que debíamos esperar al chofer que solucionara el desperfecto. Casi al mediodía recién cruzábamos la cordillera de la Costa, y entonces, antes de verlo, el mar nos llegaba en la brisa fresca y en ese olor a yodo que anunciaba la salada presencia. Y en un recodo, al doblar una curva, el dios de las aguas nos anegaba en los ojos con su azulada inmensidad. Era tan fuerte la impresión, que no podía compararse ni con mil lagos ni con mil ríos ni siquiera con las cataratas de la inundación invernal. Hasta ese momento, nunca antes experimenté esa conmoción de inquieta eternidad, solamente la visión del cielo podía asemejarse a ese momento. Era como tener el cielo derramado a mis infantiles pies, Era como ver el cielo al revés, un cielo vivo, bramando, aullando ecos de bestias submarinas. Un cielo líquido que se extendía como una sábana espumosa más allá, infinitamente lejos, hasta donde mis ojillos de niño pobre no podían llegar.
El resto del día playero transcurría como una película vertiginosa; toda era correr, jugar, hacer castillos que desmoronaban la marea, mojarse el poto en el agua como témpano, comer pollo masticando arena, quemarse como jaibas para demostrar que fuimos a la costa. Todo era así, rápido como película de Chaplin y luego, cansados de tanto gueviar, regresábamos en la misma micro escuchando los quejidos de insolación que emitían los curados dormidos a pleno sol. En realidad, ese paseo poblacional era una tortura, un día agitado de maratónica playa .
Aun así, pequeño niño boliviano, te puedo contar como conocí la gigante mar, y daría todo para que esta experiencia no te fuera ajena. Incluso, te regalo el metro marino que quizá me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las aguas. Por eso, al escuchar el verso neopatriótico de algunos chilenos me da vergüenza, sobre todo cuando hablan del mar ganado por las armas. Sobre todo al oír la soberbia presidencial descalificando el sueño playero de un niño. Pero los presidentes pasan como las olas, y el dios de las aguas seguirá esperando en su eternidad tu mirada de llocalla triste para iluminarla un día con su relámpago azul.


Pedro Mardones nació en Santiago de Chile en algún momento de la década del cincuenta. Con ese nombre obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Cuento Javier Carrera, en 1982. Cuatro años después publicaría su primer libro de relatos: Los incontables. "El Lemebel", confesaría tiempo después, "es un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti". En 1987 fundó junto con Francisco Casas el colectivo de arte Yeguas del Apocalipsis, cuyo trabajo con el performance, el travestismo, la fotografía, el video y la instalación, significó, más que un desafío estético, una toma de partido política desde una posición excéntrica. Poco antes, había presentado credenciales con su ahora célebre "Manifiesto (Hablo por mi diferencia)". Desde su fundación hasta su desaparición formal en 1995, las Yeguas del Apocalipsis realizaron más de una decena de eventos públicos. En cierta ocasión Lemebel aseguró que la experiencia con las Yeguas… lo impulsó a cambiar de género literario; abandonaría el cuento, pues, por otro que le permitiera expresar sus obsesiones. No es casual que en el propio 1995 apareciera su primer volumen de crónicas: La esquina es mi corazón. Desde entonces se sucederían varios libros que recogen sus crónicas radiadas o aparecidas en publicaciones de amplia circulación, así como una novela. Autor de textos en que se mezclan el humor y la desolación, la beligerancia y la ternura, el barroquismo y la sencillez, Lemebel ha ido penetrando en el imaginario latinoamericano y, en el lapso de muy pocos años, se ha ido convirtiendo en un icono de la narrativa latinoamericana actual. 
Atendiendo a su labor plástica, en diciembre de 2004 fue el artista invitado del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), donde se presentó la "Retrospectiva Lemebel. Con guerrillero ardor y emplumado cariño". Al anunciarlo, el MALBA consideró: "Incisivo cuestionador de la dictadura pinochetista pero también de las neo-democracias globalizadas ("globalocracias"), Lemebel llama a la reflexión y a la acción; tal como sucede en su obra, acto y palabra van de la mano, y su escritura es un lugar donde se pone el cuerpo."








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