sábado, 29 de enero de 2011











Blhoja 042 – TAHUANTINSUYU 2008 II: Bolivia











A media mañana del último día de marzo estábamos cruzando el puente que une a La Quiaca con la población boliviana de Villazón. Mientras recorría esos, quizás, cincuenta metros me detuve a ver el río que hace de frontera y me acorde del maestro Saramago cuando le preguntaba a los peces del río Duero o Douro, según el país en que estaba: España o Portugal, “en que lengua habláis cuando ahí abajo cruzáis las acuáticas aduanas…”; aquí si bien no había problema de idioma el fuerte olor me insinúo que en esas escasas aguas podridas no había ser que pudiera vivir, por lo tanto, sin peces a quienes hacerle esa pregunta, se me ocurrió otra, pero esta fue al río: ¿cual es la población que mas contamina tus infortunadas aguas?, con la respuesta pendiente y seguro que nadie me la iba a responder, seguí camino y continué con los papeleos del caso.
Ni bien se sale de la aduana, comienza el principal atractivo de este poblado. Coloridas viviendas de dos y tres plantas, dan marco a la calle de los comercios. Uno tras otro se amontonan sobre las dos veredas y durante varias cuadras ofreciendo todo tipo de mercaderías: ropas, juguetes, electrónica, zapatillas, ponchos, artesanías, verduras, devedés, carritos cargados con “detodo”… mujeres ofreciendo sus atributos culinarios, desde sopas hasta salteñitas, empanadas que nada tienen que ver con las empanadas salteñas del norte argentino, sino que son una explosión líquida que consigue, si no mancharte la ropa, si enchastrarte los dedos, pero con un sabor exquisito.
Uno de los tantos taxis nos acercó hasta la estación de trenes y compramos los pasajes, dejamos los bolsos en un depósito y volvimos a la calle comercial.
Luego de un paciente recorrido entre relojes, zapatillas, radiodespertadores, jeans, muñecas barbies, perfumes e infinidad de objetos de importantes marcas pero de dudoso certificado original,  una joven nos invitó a pasar por un rico almuerzo y tras subir unas estrechas escaleras nos encontramos con un pequeño comedor atendido por su dueña. La especialidad: empanadas.

                             


A las 15,30 partió el “Wara Wara del Sur” rumbo a Oruro. Teníamos más de quince horas de trayecto y las ganas del viaje en tren se satisfacían plenamente.
En un momento comenzamos una discusión con unas pasajeras que despreciaban en gran forma al presidente Morales y a su ministra de Cultura “una colla que ni siquiera se saca el sombrero en las reuniones” dijo una de ellas que no tenía otra pinta mas que de una colla sin la típica vestimenta pero que evidentemente renegaba de su origen. No pasó a mayores, pero quedó en claro que adheríamos fervientemente al gobierno de Evo y su reforma del Estado donde el poblador originario comenzaba a recuperar su dignidad. Por esos días había una fuerte lucha de clases en la zona de Santa Cruz, donde los “blancos” golpearon a mansalva a muchos aborígenes en clara advertencia  a Evo por sus decisiones políticas de igualdad.


Oruro nos recibió por unas horas y junto a Mariela y a Ernesto, una pareja de Buenos Aires que conocimos en el tren, recorrimos sus calles principales luego de un reconfortante almuerzo.



Aquí comencé a sentirme extranjero. Si bien era mi primer viaje al NOA y por el presuroso paso por sus importantes capitales no logre reconocer a sus pobladores, que en su mayoría son descendientes de pueblos originarios o mestizos, sabía que estaba en mi país. El paso a Villazón, a otra nación, no lo distinguí salvo por la rutina de la aduana, ya que no se ve tanta diferencia con su vecina La Quiaca, mas que por el prolífico comercio. En cambio Oruro era distinta. Había otro olor, otro color, otro cielo. Fue como la puerta de entrada a otra cultura que poco a poco, en el transcurrir del viaje me fue atrapando y sorprendiéndome gratamente hasta dejarme prendado. El Tahuantinsuyu me abría las puertas de su maravilloso encanto. Auque aún, no lo sabía.





El sol se estaba ocultando y apareció La Paz a un lado del colectivo. La imagen fue impactante. Como en un hondo plato la ciudad descansaba en el fondo y en sus bordes. Predominaba el color naranja y aparecían manchones de color verde y miles de pequeños puntos blanquecinos



De pronto el sol se ocultó y de entre unos nubarrones apareció majestuoso el Illimani con su cima blanca, como un anciano protegiendo a sus pequeños.




Nos alojamos a dos cuadras de la Plaza Murillo, esa mañana al llegar nos encontramos con un puñado de periodistas con cámaras fotográficas y filmadoras, siguiendo pertinazmente a un político que caminaba desde el edificio del Poder Legislativo hasta el Palacio Quemado, media cuadra de hostigamiento a este hombre que seguramente trataba de mejorar esta dura situación política que estaba atravesando Bolivia, entre tanta intención de mejorar la realidad de los mas postergados y la dura lucha que peleaba el sector del poder económico para que todo siga en su sitio, que nada cambie.


 Ajenas o no a tanta tensión, envueltas en su blanca y rígida postura, ocho hermosas damas giraban alrededor del monumento central de la plaza, acompañadas de cientos de palomas que revoloteaban en esta cálida mañana paceña, en busca de algunos paseantes bondadosos que les provea algún alimento, quienes ya a esta hora encontraban descanso en los bancos de madera lustrada. La típica foto de una plaza central rodeada de los mas importantes edificios de la ciudad: El Palacio de Gobierno, el Congreso Nacional, la Catedral Metropolitana y otras tantas antiguas construcciones  que conforman el Casco Viejo de Nuestra Señora de La Paz.








En la esquina que forman la Catedral y el Museo Nacional de Arte, la calle Socabaya cae por el sudoeste y desparece dejando ver al fondo, enmarcada por estos edificios, centenares de viviendas que se elevan y se pierden en el nuboso cielo. Allí mismo la calle Comercio se transforma en peatonal, que a esta hora está casi vacía, salvo algunos transeúntes y muchos policías que impiden el paso de quienes no trabajen por la zona y que no tengan cara de turista.







Entre el caos vehicular y humano que se mueve alocadamente se eleva la Basílica de San Francisco que data de mediados del siglo XVIII. Hombres, mujeres, niños y turistas se entrecruzan en el apurado tráfico  de taxis, colectivos y vehículos particulares que poco obedecen a las pobres cebras acaloradas que intentan poner un poco de  educación vial a tanto desorden. De pronto un oasis junto a la basílica, una calle empedrada sube sin prisa y transforma el barullo en un paseo de edificaciones antiguas transformadas en comercios de artesanías donde se mezclan lo moderno con lo ancestral, coches último modelo y collas con sus significativas vestimentas. Pero a unas pocas cuadras, el automóvil toma el poder de las callecitas empedradas y se afana por llegar primero a ninguna parte y se forma un tejido tan apretado que cuesta mucho desatar esa maraña de chapa. Y uno se acostumbra y se va metiendo en esta babel fascinante que particularmente me dejo prendado, y que en los días que disfruté esta ciudad, nunca falte a la cita con este barrio, ya sea de mañana, de tarde o de noche.

                      








El corazón de la ciudad es la Plaza del Estudiante, al final del Prado. 
El Paseo del Prado es una popular avenida con un gran cantero central donde se unen el sosiego y el gran número  de transeúntes que recorren sus cuadras repletas de negocios, bares, restaurantes, museos. 
Numerosas estatuas a los héroes del país desfilan por el paseo, desde la de Simón Bolívar, la Madre Patria, al Soldado Desconocido en homenaje a los miles de muertos en la infame Guerra del Chaco, donde con su país hermano de Paraguay prestaron sus hombres para morir por peleas de empresas petrolíferas extranjeras como la Standard Oil y la Royal Deutch Shell. 
También está la estatua de Cristóbal Colón, en estos tiempos, tal vez, como otro símbolo de la destrucción

En la Plaza Isabel La Católica, un bus turístico sale para recorrer la ciudad hasta el Valle de la Luna: a unos 10 km. del centro de La Paz, uno se encuentra con cuadro extraño y desconcertante, mucho mas si luego se entera que eso fue parte de una montaña que con el correr de los siglos se fue erosionando debido a su formación arcillosa y se transformó en este paisaje semidesértico con curiosas formaciones que se elevan en forma de tubo como un gran campo colmado de estalagmitas blancuzcas.


Antes de partir hacia Copacabana, a orillas del Lago Titicaca sector boliviano, comprendí perfectamente eso de que La Paz, “es una ciudad que te mantiene sin aliento”.


Temprano por la mañana del 3 de abril, partimos hacia Copacabana. Luego de unas horas de viaje llegamos al Estrecho de Tiquina. Aquí la ruta terrestre termina y se transforma en ruta acuática. El Lago Titicaca se angosta hasta algo mas de 700 metros y un grupo de lanchones se encargan de cruzar los mini buses, mientras que por otro lado, los pasajeros, son transportados en grupos de 20 o 30 por unas lanchas mas pequeñas. Estaba muy nublado esa mañana y ver las aguas oscuras del lago a mayor altura en el mundo, era de no creer, principalmente por que fue una marca importante en la niñez, eso de tener oculta una mala palabra lo hacía mas sugestivo.


Si bien Copacabana es una importante población ribereña sobre el Lago Titicaca y capital de la provincia de Manco Capac, además de ser un centro de peregrinación a la virgen de Copacabana, españolizada de la diosa andina Copakawana, similar a la griega Afrodita; mi interés principal era visitar la Isla del Sol. Según la mitología, es aquí donde Manco Capac y Mama Ocllo salen con sus varas mágicas y fundantes en busca de tierras fértiles y así llegan al Cuzco, que según Gracilaso de la Vega (1609), esta palabra proviene del quechua Qosqo y siginifica “ombligo del mundo”, centro que se transformó  en el eje fundamental del crecimiento del “imperio” Inca.


Difícil de describir este sublime paisaje, lleno de verdes y azules en todas sus gamas que predominan por doquier. Sería muy pretencioso querer referir con palabras lo que la maravilla de la naturaleza brinda en ese lugar, quizás las fotos que acompañan este relato ayuden a tener una mínima noción, es que va mucho mas allá de una imagen, se suman olores, sabores, piel, y la transmisión apasionada de una historia que en el transcurrir del viaje me fue embriagando de emociones. No se si voy a lograr transmitir todo eso en estas blhojas, es que hubo mucho mas que un viaje a una zona específica; hubo un viaje a un mundo paradójico, pero a la vez tan real. 




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