viernes, 4 de diciembre de 2009













Blhoja 006.EL VIAJE INOLVIDABLE, segunda parte.


Y como dije antes, no todo fue tan malo.
Estaba bueno recorrer Río Grande vestido de “civil”, sus calles tranquilas, la mayoría de tierra. Acercarse a la playa y emborracharse con el fresco olor del mar, con quien nos estábamos reconociendo; caminar su ancha avenida principal donde en alguna de sus tiendas compre mi primer par de zapatillas Adidas, donde compre mi primer reloj: un Casio digital de resina negro con luz y alarma.

Pararse frente al edificio de Aerolíneas Argentinas añorando el terruño, deseando que por alguna casualidad algún avión nos acerque al norte tan lejano; recorrer bares repletos de colimbas donde lo mas audaz era tomar vino Resero blanco con Coca Cola y después pasarse por algún otro bar “non sancto” al que llamábamos kekos, los cuales abundaban en cantidad y sosegaban con su entrega de amor…





Como éramos “colitas”, el ´81 fue poco instructivo en el ámbito militar. Nos llevaron una sola vez de campaña y fue muy divertido. Los ánimos militares se enardecieron pero a su vez se humanizaron y estábamos como entre amigos; el campo con su soledad y su inmensidad nos unía, la estrategia de guerra nos aunaba.

Esos viajes por la Tierra del Fuego, parecían interminables, pero en definitiva nos movíamos muy cerca de Río Grande. Los estancieros cedían sus tierras para la instrucción militar y además hacían la vista gorda al saqueo de sus rebaños y nosotros disfrutábamos de la exquisitez de esos corderos.
Una mañana nos levantaron y nos subieron a los camiones. ¿Adónde íbamos?.
Supe que llegamos a la estancia María Behety después de andar todo el día de un lado a otro arriba de esos Mercedes. Nos metieron en el galpón de esquila más grande de Latinoamérica y cada grupo fue alojado en un corral pero con piso de madera. Los jefes se notaban un poco nerviosos y el maltrato común se exasperó y no éramos más que grupos de ovejas a punto de la esquila.
A la mañana siguiente en la formación, después del desayuno, el jefe de la compañía nos informo del desembarco en Malvinas.




Los días que siguieron estuvieron cargados de arengas patrióticas. Nos formaban constantemente para peguntarnos si realmente queríamos ir a Malvinas, las hermanitas perdidas. Claro que todos decíamos que si con el mismo énfasis con que algunos le habían jurado a la bandera defenderla hasta perder la vida, otros los “colitas” como suponíamos que lo haríamos cuando nos toque hacerlo.
El viaje a las Islas Malvinas no estaba en mis planes. Había soñado llegar a la Antártida, pero nunca se me había cruzado por la cabeza las Islas Malvinas. Era toda una sorpresa y una ilusión llegar mas allá. ¿En que iríamos, en avión o en barco?. El primer avión en el que subí, me trajo hasta acá, ahora tendría que ser en barco. ¡Cuando lo cuente en el pueblo!. ¿Quién fue a Malvinas?.
A la noche también nos formaban en la cancha de fútbol. Alerta roja a cualquier hora. Salir en calzoncillos con una camiseta mangas corta en la noche fueguina de abril. Algunos lograban ponerse las botas, o el pantalón, o la chaqueta… la mayoría semidesnudos aguardando aviones ingleses que venían a atacarnos y que nunca llegaron. Congelados volvíamos al calor de las camas que pronto extrañaríamos. Nadie decía nada. Nadie sabía nada.

El nueve de abril nos subieron a un Fokker de la Armada Argentina y ahí nos fuimos. Viajábamos solamente 13 colimbas con el cabo primero, jefe del Grupo Mortero60. Como repetía el Suboficial jefe de la compañía: “Mortero siempre con privilegios”. Le habían sacado los asientos, salvo dos últimos e iba cargado de municiones. ¡Que viaje espectacular!. ¡Nos íbamos de vacaciones!.

En un momento las vimos. Lo primero que se me ocurrió fue pensar: parecen de cartón. Con la misma forma que en los mapas, pero a diferencia de ellos, eran de color arena, rodeadas de un oscuro y profundo azul. Nunca había visto la tierra desde esa altura y ahora al mar lo veía casi en su totalidad. Me quede un largo rato mirando y mirando todo eso que parecía un sueño.




El paisaje que veía desde la ventanilla mientras el avión carreteaba era muy raro. Rocas blancas se elevaban en grupos junto a la pista. Un desierto extraño.
El viento que nos recibió era conocido. Lo habíamos dejado atrás hacia unas horas en Río Grande. El lugar me resultaba raro. Estaba en Argentina pero no reconocía el territorio. Me sentía un extranjero. Lo supe después cuando cruce la frontera por primera vez, en Chile no estaba en mi país. Ahora se que esa rara sensación era de estar en un lugar ajeno.
No tengo presente una constante perorata sobre lo que eran las Malvinas, su significado en nuestro folclore. Nunca preste atención, o nunca una maestra me insistió sobre el tema, por eso era más importante el viaje en si que el lugar al que llegaba. Muchos militares, muchos gritos, muchas órdenes. No era lo mismo que ir al campo, pero bueno… estábamos fuera del Batallón y eso era lo que valía.
En un momento nos subieron a un camión y nos sacaron del lugar. No había mucho para ver, desierto y rocas. Mucha hierba seca.




El pueblo era raro. Pocas casas con techos de chapa de distintos colores. Calles pavimentadas y lo mas llamativo, muy limpias. No se veía a nadie salvo algún que otro militar.

No recuerdo bien donde fue nuestra primera parada, pero recuerdo muy bien cuando partimos caminando por la costanera hacia quien sabe donde. Pasamos por unos enormes galpones, un muelle, la casa del gobernador y con el mar a la derecha nos fuimos metiendo en el improductivo paisaje. Se veían elevaciones en derredor de un verde amarillento muy triste. Estaba nublado, el viento nos golpeaba y creo que estaba feliz de andar caminado por este desconocido lugar, tan lejos de casa y con la tranquilidad que el grupo Mortero caminaba solo, sin la compañía de los insoportables cabos de los otros grupos.
Estuvimos unas horas en un galpón de esquila a la izquierda del camino y seguimos viaje hasta el fin de la ruta donde se encontraba Moody Brook, los cuarteles de la Royal Marine. Sin detenernos seguimos hacia el sudoeste. Ya estaba anocheciendo y veíamos muy poco. Cuando llegamos guiados por una pálida luz, nos esperaba el suboficial jefe de compañía para descargar un camión de provisiones. No habíamos comido, teníamos hambre. No lo recuerdo, pero seguramente robamos algo de comer.
Caminamos unos metros más y nos encontramos con el campamento. Nos ordenaron armar las carpas y mientras estábamos en eso, en la total oscuridad, comenzó a llover.



No voy a escribir sobre los hechos bélicos.
Tampoco quiero entrar en detalles de maltratos, hambre y frío. Miedo.


Porque también hubo risas y un gran compañerismo. Podíamos confiar en quien teníamos al lado. Hacía casi siete meses que estábamos juntos. Y estos últimos casi setenta días la pasamos a todas: hambre, frío, miedo, dolor, frustración... y hasta osamos divertirnos viendo desde la cima del Tumbledown como dos camilleros que llevaban a un herido, lo largaban al piso y corrían a esconderse entre las rocas cada vez que escuchaban la explosión del cañón que les disparaba desde unos pocos kilómetros. Seguramente, quienes tiraban, se estaban divirtiendo como nosotros.




Hubo un tiempo que fue hermoso
y fui libre de verdad,
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal.
Poco a poco fui creciendo,
y mis fábulas de amor
se fueron desvaneciendo
como pompas de jabón.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

También cantábamos. También estábamos creciendo.



A los pocos minutos del día 20 de junio estábamos embarcando en el Rompehielos Almirante Irizar, utilizado en esa circunstancia como buque hospital. Me recuerdo en el baño sentado en el inodoro y vomitando en la pileta casi al mismo tiempo. A causa del movimiento del barco, pero principalmente del empacho. Junto al Orejas rastrillamos durante cinco días la zona del aeropuerto, donde estábamos prisioneros, en busca de comestibles. Había mucha comida en comparación de lo que nosotros no habíamos tenido, pero nos dedicamos con exclusividad al Mantecol.
Escuche gritos y subí a la cubierta de donde provenían. El espectáculo fue maravilloso. Con el sol apenas entibiando, el viento helado, el celeste del cielo, el azul profundo del mar, el verde de los árboles manchados de un blanco resplandeciente me estaban presentando el Canal de Beagle. Hay una foto que encontré con mucha sorpresa en una revista Noticias del año 1991, ya habíamos bajado del buque, estamos en el puerto de Ushuaia. Al fondo el Rompehielos Almirante Irizar, el Canal de Beagle y la costa de la Isla Navarino. Estamos formados a punto de subir a los camiones que nos transportarían al aeropuerto, para luego volar a Río Grande, cuando un fotógrafo nos retrata, algunos muy serios y otros estamos muy sonrientes. No recuerdo el porque, pero supongo que por la foto, el regreso, pero quiero imaginar que fue por la enorme bienvenida visual que nos dio ese prodigioso paisaje fueguino.





Tristemente diría que ese Gringo, ese Juan, ese Angel, ese otro Juan, ese Eduardo... sonreimos sin saber los días por venir, los años duros. Las pesadillas, el ninguneo, los dolores, el desprecio, la angustia, el ocultamiento, el abatimiento...




El viaje a Malvinas hizo que me tope con una tierra inhóspita que poco a poco se hizo querer. Como todo viaje (lo dije en otra blhoja) me dejo una enseñanza. Esta fue peculiar. Constantemente aparecen esas lecciones y aunque muchas veces no le doy importancia, lentamente se imponen, casi de manera inconciente. Y también, muchas veces, me cierro para que no se interpongan, pero estoy seguro que van a calar muy pronto mi caparazón. Las veo venir.
Los amigos que quedaron son muy importantes. Lo fueron en ese momento. Fueron lo mas valioso que se tenía para poder seguir adelante. Todos juntos, cuidándonos. Es por eso que los reencuentros son una fiesta y lo son los encuentros con aquellos que aun estaban perdidos. Muchos nos recuperamos en gran parte. Otros lo están intentado y desgraciadamente algunos no lo pudieron superar.
Los que quedaron en Malvinas son una llaga difícil de cerrar, un dolor permanente. Nos están esperando y lo harán por siempre.
Algún día quiero volver a pisar ese suelo húmedo. Es una deuda, es una necesidad que cada vez se agiganta. No me importa que tenga que entrar como extranjero. Parte de mi vida quedó allí y una nueva nació en ese lugar, entre la turba, entre las rocas, entre el frío y la lluvia; entre las injusticias y el maltrato. Entre la amistad. Tengo que reencontrarme con el niño que dejé y tengo que ver por que no quede allí, como tantos compañeros.
Seguramente será otro de mis viajes, por que no: extraordinario.








Pobre gente la gente

que en nombre de su Dios
mata a otra gente.
Pobre Dios el de esa gente:
cruel, perverso, nunca escucha
los dolores de la gente asesinada,
por los odios que ese Dios
desata impune ante su gente.
Bautizados, si, pero asesinos.
Persinados, si, pero usureros.
Comulgados, pero corruptos
Y no faltan violadores
en las listas de los papas,
talibanes y demás piojosos.
Pobre gente la gente...
Civilizados sí, pero inseguros.
Millonarios sí, pero aterrados.
Posmodernos, pero jodidos.
Pobre gente, pobrecita, pobre gente, pobrecita,
pobre gente la gente:toda la gente!

Pobre gente
Liliana Felipe


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