martes, 29 de marzo de 2011












Blhoja 046 – TAHUANTINSUYU 2008 IV – Perú: En el ombligo del mundo




“--Papá –le dije (…) ¿No me decías que llegaríamos al Cuzco para ser enteramente felices?”  (*)


Yo estaba feliz de haber llegado a Cusco. La combi que nos trasladó al hotel tomo la avenida Pardo. Hacía unos minutos habíamos pasado por el monumento a Pachacutec, el “transformador del mundo”. El, seguido por Túpac Yupanqui, su hijo, organizo y concilió a las distintas tribus que fue dominando desde Quito, al norte, hasta el río Maule, al sur, integrando culturalmente a sus habitantes. No solo se destacó por su gran espíritu guerrero, sino que fue un gran gobernante, que luego de la planificación de la nueva ciudad de Cusco, se encargo de unificar geográfica e idiomáticamente al Tahuantinsuyu (los cuatro cuartos de la tierra) creando redes viales y de comunicación, sistemas administrativos de eficiente control y priorizo la organización del trabajo y el reparto de alimentos; le dio también gran importancia a la arquitectura, que a pesar de los conquistadores españoles, aún se conserva como muestra de su solidez.
Pronto comenzaron a rodearnos antiguas edificaciones dándonos la bienvenida al casco histórico de la ciudad. Nos detuvimos ante un enorme portón en la calle Shapi. Allí en ese moderno hotel de paredes tradicionales, estaríamos pocos días, luego nos mudarían una calle mas arriba, alejándonos así a dos cuadras de la plaza de armas.

Estábamos en el ombligo del mundo, (Qosco) y por la adoquinada calle Plateros entramos a Waq´aipata:

-- Fue la plaza de celebraciones de los incas –dijo mi padre. Mírala bien, hijo. No es cuadrada, sino larga de sur a norte.
La iglesia de la Compañía, y la ancha catedral, ambas con una fila de pequeños arcos que continuaban la línea de los muros, nos rodeaban. La catedral enfrente y el templo de los jesuitas a un costado. (…). En los portales caminaban algunos transeúntes; vi luces en pocas tiendas. Nadie cruzó la plaza.
-- Papá –le dije. La catedral parece más grande cuanto de más lejos la veo. ¿Quién la hizo?
-- El español, con la piedra incaica y las manos de los indios.
(…)
-- ¿Llueve sobre la catedral? –pregunté a mi padre. ¿Cae la lluvia sobre la catedral?
-- ¿Por qué preguntas?
-- El cielo la alumbra; está bien. Pero ni el rayo ni la lluvia la tocarán.
-- La lluvia si; jamás el rayo. Con la lluvia, fuerte o delgada, la catedral parece mas grande. (*)



Angostas calles suben a los costados de la gran catedral donde la piedra inca se mezcla con los edificios coloniales. A su llegada, en 1532, los españoles destruyeron las edificaciones incas, especialmente las de uso religioso, utilizando las piedras para hacer sus propias construcciones.
Por calle Triunfo se llega a San Blas o el barrio de los Artistas, donde una gran cantidad de tiendas y talleres de artesanías repartidos en sus callecitas retorcidas y apretadas hacen que este sea el lugar de visita imprescindible para el que llega a la ciudad. 
El barrio, el “Balcon del Cusco”, con sus paredes blanquecinas y amarillentas construidas sobre muros incas, balcones azules con sus geranios y sus techos de tejas a desnivel, sus calles escalonadas hacen que penetres en un mundo mágico. Y aún más, disfrutando de ese exquisito calzón elaborado a unos pasos de la mesa, por las expertas manos de ese muchachito panadero, mojado de sudor debido a esos malabares con sus manos y brazos, y por el calor del horno de barro que tenía a un lado. En ese pequeño saloncito con paredes gruesisimas y techos altos, atendido por su propia dueña, que nos contó, que en ese lugar, hacía unos cuantos años, había estado, ni mas ni menos, que don Fabio Zerpa; seguramente, buscando influencias extraterrestres para justificar tanta magnificencia incaica que brota por los poros del maquillaje colonial.

Y alli está, la angosta Hatun  Rumiyoc, la callecita que enmarca al palacio del Inca Roca (gobernador inca entre 1350 y 1380) transformado por el español y ahora Palacio Arzobispal. El muro está formado por piedra de diorita finamente pulida y con efecto de altorrelieve como un almohadillado. Las piedras de las construcciones de Cusco, son la mejores trabajadas de todo el Tahuantinsuyu. Allí se encuentra la famosa piedra de 12  ángulos.



--¡Mira al frente! –me dijo mi padre. Fue el palacio de un inca.
(…)
Formaba esquina. Avanzaba a lo largo de una calle ancha y continuaba en otra angosta y más oscura, que olía a orines. Esa angosta calle escalaba la ladera. Caminé frente al muro, piedra tras piedra. Me alejaba unos pasos, lo contemplaba y volvía a acercarme. Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca. En la calle oscura, en el silencio, el muro parecía vivo, sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado (…) la corriente que entre el y yo iba formándose.
(…)
Eran mas grandes y extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro incaico; bullían bajo el segundo piso encalado que por el lado de la calle angosta, era ciego. Me acordé, entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: ‘yawar mayu’, río de sangre; ‘yawar unu’, agua sangrienta; ‘puk´tik, yawar k´ocha’, lago de sangre que hierve; ‘yawar wek´e’, lágrimas de sangre. ¿Acaso no podría decirse ‘yawar rumi’, piedra de sangre, o ‘puk´tik, yawar rumi’, piedra de sangre hirviente?. Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la más poderosa. Los indios llaman ‘yawar mayu’ a esos ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de la sangre. También llaman ‘yawar mayu’ al tiempo violento de las danzas guerreras, al momento en que los bailarines luchan.
--¡Puk´tik, yawar rumi! –exclame frente al muro, en voz alta.
(…)
Mi padre llegó en ese instante a la esquina.
(…)
--(…) ¿Alguien vive en este palacio de Inca Roca?
--Desde la conquista.
--¿Viven?
--No has visto los balcones?
La construcción colonial, suspendida sobre la muralla, tenía la apariencia de un segundo piso. Me había olvidado de ella. En la calle angosta, la pared española, blanqueada, no parecía servir sino para dar luz al muro.
--Papá  –le dije. Cada piedra habla. Esperemos un instante.
--No oiremos nada. No es que hablan. Estás confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan.
--Cada piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo.
Me tomó del brazo.
--Dan la impresión de moverse porque son desiguales, más que las piedras de los campos. Es que los incas convertían en barro la piedra. Te lo dije muchas veces.
--Papá, parece que caminan, que se revuelven, y están quietas.
Abracé a mi padre. Apoyándome en su pecho contemplé nuevamente el muro.
--¿Viven dentro del palacio? –volví a preguntarle.
--Una familia noble.
(…)
-- (…) Son nobles, pero también avaros, (…) Todos los señores del Cuzco son avaros.
-- ¿Lo permite el Inca?
-- Los incas están muertos.
-- Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del mundo y volver. ¿No temen quienes viven adentro?. (*)


Por la avenida El Sol, a pocas cuadras de la plaza, un gran parque descansa junto al gran templo Inca, el Koricancha, uno de los mas importantes donde se adoraba al Sol, a la Luna, a las Estrellas, al Arco Iris. Los españoles encontraron en ese lugar una gran mina de oro, ya que había estatuas, replicas de plantas, animales y de sus deidades, paredes, todas echas o cubiertas en ese preciado metal. Los incas solo lo utilizaban como ornamento, gala para sus dioses; pero el conquistador lo transformó en lingotes y se lo llevo a España. Pero también destruyó sus paredes y edifico sobre ellas, lo que hoy es, el convento de Santo Domingo. Gracias al terremoto de 1950, quedaron al descubierto grandes fragmentos de las estructuras del santuario original, que hoy están a disposición de todo aquel que quiera ver esa monumental obra.




Una mancha de árboles apareció en la falda de la montaña.
--¿ Eucaliptos? –le pregunté
-- Deben de ser. No existían antes. Atrás está la fortaleza, el Sacsayhuaman. (…) Las murallas son peligrosas. Dicen que devoran a los niños. (…)
-- ¿Cantan de noche las piedras?
-- Es posible.
-- Como las más grandes de los ríos o de los precipicios. Los incas tendrían la historia de todas las piedras con “encanto” y las harían llevar para construir la fortaleza. (*)
Lo que queda de Sacsayhuaman contempla herida, desde arriba, a la cosmopolita metrópoli.

En 1536, Manco Inca utilizo el lugar como base táctica para luchar contra el invasor Pizarro, pero fue derrotado y también la fortaleza. Destruyeron sus torres y edificaciones quedando hoy, solo un 20% de lo que fue. Construida en el período del Inca Pachacutec, se utilizaron 20000 hombres durante mas de 50 años. La piedra mas grande mide 8,5 metros de altura y pesa 361 toneladas; las tres murallas paralelas distribuidas en 22 zig zags, fueron diseñadas de tal forma que cualquier atacante podría ser detectado inmediatamente. Desgraciadamente no pensaron, ni siquiera imaginaron que tendrían algún día un enemigo con armas tan características:

 Blas Valera (**), (citado por Garcilaso de la Vega) al comentar esta tremenda desproporción bélica y el valor de los peruanos, dice: ‘En lo que toca al arte militar, tanto por tanto, igualadas las armas exeden los del Perú a los de Europa. Por que dénme los capitanes más famosos franceses y españoles, sin los caballos, arneces, armas, sin lanza ni espada, sin bombardas y fuego, sino con sola una camisa y sus pañetes y por cíngulo una honda y una cabeza cubierta, no de celadas y yelmos, sino de guirnaldas de plumas y flores, los pies descalzos por entre las breñas, zarzas y espinas; la comida yerbas y raíces del campo; Por broquel un pedazo de estera en la mano izquierda, y de esta manera entraran en campo a sufrir las hachas y los tridentes de bronce, las piedras tiradas con la honda, las flechas enarboladas y los flecheros que tiran al corazón e a los ojos. Si de esta manera saliesen vencedores, diriamos que merecían fama de valerosos entre los indios. Más así como fuera posible poder sufrir ellos tal género de armas y batalla, así también, humanamente hablando, era imposible poder salir con la victoria. Y, en contra, si los indios tuvieran la potencia de las armas que los de Europa tiene con industria y arte militar, así por tierra como por mar fueran más dificultosos de vencer que el gran Turco. De lo cual es testigo la misma experiencia, que la vez que se hallaron españoles e indios iguales en armas murieron los españoles a manadas…”




Lo sagrado del Valle de los Incas, seguramente se debió a la gran riqueza que aportó a la comunidad. El verde intenso que cubre los lados adyacentes del río Vilcanota fue un emporio estratégico para la región, con su clima privilegiado y sus fértiles suelos proveyeron abundantes frutas, plantas alimenticias especialmente el maiz y también la Coca, hoja utilizada en ceremonias religiosas y otros actos rituales. Quizás a esta altura del viaje, ya estaba tan compenetrado en la cultura inca, que este valle, que seguramente en Argentina tenemos por doquier y que había visto a montones, saber que para aquellos pueblos que vivían sobre montañas no tan benignas con la fertilidad del suelo era tan augusto, me alegro sobremanera y disfruté mas aún de esa belleza. Y todavía faltaban muchas mas historias para enamorarme de esa cultura; historias sobre el valle y el tratamiento de la tierra fértil y la no tan fértil en las laderas de las fríos y áridos cerros andinos.
Ollantaytambo fue el lugar del encanto. Luego de recorrer parte de ese verde valle y ver de lejos los famosos andenes agrícolas. Contemplar los pintorescos pueblitos que surgieron a la orilla del preciado río, llegamos a este pueblo que conserva casi intactas sus calles de piedras y sus construcciones incas. Aquí se puede ver la organización de lo que era una ciudad inca. También aquí se encuentra una de las mas espectaculares construcciones: la gran Fortaleza de Ollantaytambo.
Nuestro guía estaba enamorado del lugar y todo ese amor lo transmitía. Como dije en algún momento, las historias muchas veces no coinciden, se entremezclan los testimonios que dejaron escritos los españoles que vieron otra cultura con los ojos de su propia cultura; los cuentos que pasaron de boca en boca y que con el paso de los siglos se fue trastocando; los mitos que se crearon alrededor de tantos símbolos desparramados por doquier y los que antropólogos, arqueólogos, historiadores fueron armando de esa cultura ágrafa  que tanto testimonio material han dejado.
Nuestro guía enamorado se perdía en relatos de cómo habían posicionado tal o cual piedra, tal o cual escalón para que en cierto y determinado momento del día o de un día del año en particular, el sol formara sombra para indicar tal o cual cosa. Que tal construcción o aquel monumento fue construido pacientemente tras largos tiempos de estudio para que en su entorno natural, haciendo uso de luces y sombras les recordara a sus pueblos su condición de sobrenatural. Pero también alegaba con pasión esa aptitud de convivir con la naturaleza, respetarla y condicionarse a sus reglas. Como aceptarla y como tratar de convivir sin que arruine sus sembradíos que tanto trabajo les costaba ya que esos suelos rocosos no producían alimentos. Y de esa necesidad y ese respeto surgieron los famosos andenes, construidos sin destruir las laderas y sin que las laderas que desaguaban las aguas de lluvia destruyeran su producción. Por eso la admiración por esas obras de ingeniería fabulosas que aun persisten.
Arriba de la fortaleza y como cierre del espectáculo una enorme piedra a medio tallar. No fue a propósito, alguien no los dejo terminar su obra. Pero gracias a ese abrupto final muchas cosas se aprendieron; también te descubren que allá, al otro lado del río, en las montañas de Cachicata estaba la cantera de piedras con que se construyó la fortaleza, y un camino de rocas, enormes rocas abandonadas, demuestran que no es como algunos quieren imponer diciendo que fueron extraterrestres los que transportaron esas pesadas moles, despreciando así, un intenso y costoso trabajo de miles de hombres que dejaron su sudor y hasta su sangre quizás, para que en este 2008, pudiéramos admirar esa prodigiosa epopeya.



Esa última noche en Cusco, sentado a la mesa del pequeño restaurante de la calle Plateros donde comí por primera vez carne de alpaca, saboreando una exquisita sopa de quinoa, me acorde de Saramago que en su “Viaje a Portugal” reflexionaba: “Hay que darles la vuelta con toda calma, esperar callado a que las piedras respondan, y, si hay paciencia, cada vez saldrá de alli arrepentido el viajero, éste o cualquier otro. Arrepentido por no quedarse más tiempo, pues no está bien quedarse sólo un cuarto de hora junto a una construcción que tiene (quinientos) setecientos años…”


(*)   Jose María Arguedas, del libro “Los ríos profundos” - 1956
(**) Blas Valera: cronista de la orden jesuita.





















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