miércoles, 18 de enero de 2012












Blhoja 060 – FRAGMENTOS DEL CRUCE DE LOS ANDES


San Martín de los Andes

Para los que tuvimos la suerte de conocer nuestra hermosa provincia de Mendoza y acercarnos al pie de una de las cordilleras mas altas del mundo, la frase ‘San Martín cruzó los Andes’ dejó de ser un versito escolar. Enternece y conmueve pensar en aquellos hombres mal vestidos, mal montados, mal alimentados, pero con todo lo demás muy bien provisto como para encarar semejante hazaña. Y detrás y delante de ellos un hombre que no dormía pensando en complicarle la vida al enemigo y hacer justicia con la memoria de los que lo habían intentado antes que él.
No lo ganaba la soberbia. Podía confesarle a sus mejores amigos: ‘lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes’. (1)
Había que pensar en todo, en la forma de conservar la comida fresca, sana, proteica y calórica. Entre los aportes del pueblo cuyano, no faltó la sabiduría gastronómica expresada en una preparación llamada ‘charquicán’, un alimento preparado con carne secada al sol, tostada y molida, y condimentada con grasa y ají picante; bien pisado, se transportaba en mochilas que alcanzaban para ocho días, se preparaba agregándole agua caliente y harina de maíz.


Ante la falta de cantiploras, utilizó los cuernos vacunos para fabricar ‘chifles’, que resultaron indispensables para la supervivencia en el cruce de la cordillera.
Pocos meses antes de iniciar una de las epopeyas más heroicas que recuerde la historia militar de la humanidad y en plenos preparativos, San Martín impuso a sus soldados y oficiales el Código de Honor del Ejército de los Andes, que entre otras cosas sentenciaba:

            
             ‘La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas  
para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto mas virtuosa y honesta, cuando es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían mas insolentes con el mal ejemplo de los militares. Las penas aquí establecidas y las que se dictasen según la ley serán aplicadas irremisiblemente: sea honrado el que no quiera sufrirlas: la Patria no es abrigadora de crímenes’. (2)


A pesar de las enormes dificultades, aquel ejército popular pudo partir hacia Chile en enero de 1817. Allí iba el pobrerío armado y los esclavos liberados, todos con la misma ilusión.
El médico de la expedición fue James Paroissien, un ingés de ideas liberales radicado en Buenos Aires desde 1803. Cuando estalló la revolución, ofreció sus servicios al nuevo gobierno y fue designado cirujano en el Ejército Auxiliar del Alto Perú. En 1812 se hizo ciudadano de las Provincias Unidas y el Triunvirato le encargo la jefatura de la fábrica de pólvora de Cordoba. Allí San Martín lo invitó a sumarse a sus planes y Paroissien fue el Cirujano Mayor del Ejército de los Andes.


A poco de emprender la marcha, San Martín daba cuenta de lo precario del aprovisionamiento de aquel ejército:


              ‘Si no puedo reunir las mulas que necesito, me voy a pie… sólo los artículos que me faltan son los que me hacen demorar este tiempo. Es menester hacer el último esfuerzo en Chile, pues si ésta la perdemos, todo se lo lleva el diablo. El tiempo me falta para todo, el dinero ídem, la salud mala, pero así vamos tirando hasta la tremenda’. (3)


San Martín había ordenado que dos divisiones, una al mando del general Miguel Estanislao Soler y la otra al mando de Bernardo O´Higgins, cruzaran por el Paso de los Patos, y otra, al mando de Las Heras, marchara por el Paso de Uspallata con la artillería. Otra división ligera, al mando de Juan Manuel Cabot, lo haría desde San Juan por el Portezuelo de la Ramada con el objetivo de tomar la ciudad chilena de Coquimbo. Otra compañía ligera cruzaría desde La Rioja por el paso de Vinchina para ocupar Copiapó. Finalmente, el capitán Ramón Freyre entraría por el planchón para apoyar a las guerrillas chilenas.
En total eran 5200 hombres. Llevaban 10000 mulas, 1600 caballos, 600 vacas, apenas 900 tiros de fusil y carabina; 2000 balas de cañon, 2000 de metralleta y 600 granadas.
En varios tramos del cruce de los Andes, San Martín debió ser trasladado en camilla a causa de sus padecimientos. La salud de San Martín era bastante precaria. Padecía de problemas pulmonares –producto de una herida producida en una batalla en España en 1801-, reuma y úlcea estomacal. A pesar de sus ‘achaques’, siempre estaba dispuesto para la lucha y así se lo hace saber a sus compañeros:


      ‘Estoy bien convencido del honor y patriotismo que adorna a todo oficial del Ejército de los Andes; y como compañero me tomo la libertad de recordarles que de la íntima unión de nuestros sentimientos pende la libertad de América del Sur. A todos es conocido el estado deplorable de mi salud, pero siempre estaré dispuesto a ayudar con mis cortas luces y mi persona en cualquier situación en que me halle, a mi patria y a mis compañeros’. (4)



Los hombres del ejército libertador tuvieron que soportar grandes cambios de clima. La sensación térmica se agudiza con la altura. De día el sol es muy fuerte y se llega a temperaturas de más de 30 grados y durante la noche el viento helado, con mínimas de 10 grados bajo cero, puede llevar al congelamiento. Durante la travesía la altura promedio fue de 3000 metros, lo que provocó en muchos hombres fuertes dolores de cabeza, vómitos, fatiga e irritación pulmonar.




- (1) Carta de San Martín a Tomás Guido. Archivo Tomás Guido en el Archivo General de la Nación.
- (2) Capdevila, ob. cit.
- (3) Carta a Guido del 15 de diciembre de 1816, en Capdevila, ob. cit.
- (4) Otero, ob. cit.


FELIPE PIGNA: 
Los mitos de la historia argentina 2  (de San Martín a “el granero del mundo”)









La loca del 11


El 4 de febrero de 1817, la columna del general Gregorio de la Heras casi terminaba de cruzar los Andes por el paso de Uspallata y se acercaba al río Juncal. El regimiento 11 tomó la avanzada y debía enseñar la ruta al resto. Una noche, advertida de que estaba próxima a toparse con una guardia realista, una compañía del 11, al mando del teniente Román Deheza, se encontró en lo que parecía ser un callejón sin salida.
La expedición no daba con el paso que posibilitara franquear la montaña. Hasta que Deheza y sus hombres vieron una sombra que les hacía señas. Se acercaron con cautela y descubrieron a una mujer harapienta y de semblante tenebroso que gesticulaba, señalando un punto en la montaña. Lo tomó del brazo a Deheza y lo obligó a retroceder con ademanes desesperados. Los soldados siguieron a la mujer y al teniente por un camino que terminó desembocando en un valle, donde los patriotas divisaron los fogones del enemigo. La mujer les había salvado el pellejo porque, sin darse cuenta, estaban metiéndose en la boca del lobo.
Guardia Vieja, el lugar donde estaba la guarnición enemiga de cien hombres, era el primer puesto custodiado en el camino a Chile. El mayor Enrique Martínez tomó por asalto el reducto, con 150 fusileros, treinta granaderos y la insólita guía. En la acción, murieron 25 realistas y 45 fueron tomados prisioneros. Los patriotas no tuvieron bajas, salvo cinco soldados con heridas leves. Cuando todo terminó, los del regimiento 11 buscaron a ‘la Loca’ –así la habían bautizado-, pero había desaparecido.


Para la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, San Martín dispuso a su ejército en dos grandes columnas, comandadas por Miguel Estanislao Soler y Bernardo O´Higgins. En el grupo de Soler  venía Las Heras con los del 11. El plan de San Martín era que O´Higgins atacara de frente a los realistas y que en medio del entrevero apareciera de costado la columna de Soler para definir la batalla.
Pero O´Higgins no esperó la señal que debía anunciarle que la otra columna ya estaba lista. Atacó yendo más allá de lo establecido y su negligencia pudo haber comprometido la victoria. San Martín se enfureció con el chileno y tambien con Soler porque no caía sobre el enemigo, como estaba programado. No sabía que estaba retrasado porque se había topado con una quebrada que no lograba atravesar. Los del 11 se lamentaban que no estuviera por allí la baqueana que los había ayudado en Guardia Vieja. En medio del desconcierto, una vez más, la salvación llegó de la mano de la misteriosa mujer.
La Loca! ¡La Loca! –gritaron los soldados del 11 cuando la vieron asomarse entre las rocas.
La harapienta les mostró el camino. Barajaron al campo, emparejaron las fuerzas y resolvieron la batalla.
Al día siguiente, en el hospital de campaña, reapareció la baqueana. Acompañaba el cadáver mutilado de un oficial español. Reía a carcajadas y le besaba las heridas. El espectáculo era macabro y los patriotas decidieron enterrar al muerto. Ella acompañó a los cavadores y cuando todos se retiraron, se quedó bailando alrededor de la tumba.
La lúgubre historia recorrio el campamento y, al salir el sol, un contingente de soldados curiosos se encaminó a la ya famosa tumba. Allí estaba la Loca; había desenterrado el cuerpo y lo contemplaba con regocijo. Un soldado del batallón 1º de los Cazadores de los Andes, Francisco Vasconcellos, gritó estupefacto: ‘¡Niña Blanca!’.
La ‘Loca del 11’ era Blanca Riquelme, una chilena que había visto morir a sus padres degollados por los realistas, luego del desastre de Rancagua, en 1814. Con un shock emocional a cuestas, había estado vagando por la cordillera. Vasconcelos, quién la reconoció, había sido peón en la hacienda de don Riquelme.
Y el cadáver era de un oficial español del feroz regimiento Talaveras, responsable del degüello de los padres de Blanca.


DANIEL BALMACEDA: 
Espadas y corazones (Pequeñas delicias de los héroes y villanos de la historia argentina)





















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