viernes, 7 de enero de 2011













Blhoja 040. TAHUANTINSUYU 2008: de Rosario a La Quiaca


Que buen momento cuando comienza el viaje tan planeado.
Hacía unos cuantos meses que lo venía armando. Gracias a Internet y a mucha de la información que brinda, es muy simple estar al tanto de todo. Si bien se me hizo complicado llegar a “la vedette” de este viaje y que me tuvo muy preocupado por un tiempo, al fin logre encontrar la mejor manera de solucionarlo.
Pero vamos por partes.
Los preparativos se irán intercalando en el cuento. Vamos al ahora, en el momento en que estoy parado en el anden de la Estación Rosario Norte viendo llegar el tren de la empresa Ferrocentral que me llevaría a San Miguel de Tucumán. Estamos con Osvaldo, con nuestras mochilas, acompañados por Mónica y Marcela que vinieron a despedirnos. Emocionados y expectantes de comenzar este viaje que nos llevaría mas de veinte días. Afortunados por haber conseguido pasajes. La ilusión de volver a viajar en tren, aunque lleve muchas mas horas, era enorme. Quise “ver un tren” como dice Spinetta y una semana atrás, a esta misma hora, 18, estaba aquí viendo partir el tren a Tucumán. Por curiosidad pregunté precios y por casualidad quedaban estos dos asientos en Pullman, únicos dos lugares en este tren que estaba a punto de partir a esta ciudad desconocida para mi y también hacia el recuerdo de infancia, cuando desde la estación del pueblito de Berabevú, distante a ocho kilómetros de mi Godeken natal, partía a esta Rosario fascinante y descomunal que tanto me cautivaba.  Después de tanta destrucción, los trenes estaban volviendo. El medio de transporte popular mas barato fue desapareciendo lentamente hasta que el deplorable gobierno menemista y su política neoliberal “noventista” le dio el estocazo final.

Salimos tarde, atrasados, no podía ser de otra manera. El viaje fue largo, 20 horas. Había olores, ruidos e imágenes que despertaban la nostalgia y hacía que el tiempo volara. El característico ruido de las ruedas de acero golpeando las vías flojas. Los olores a campo, una mezcla de yuyos pisoteados, tierra mojada y algún que otro zorrino. El viento entrando por esas grandes ventanillas a veces limpio, a veces con esas semillitas que se dejan llevar cargando nueva vida, otras con enjambres de insectos. Cruzando pueblos: coches esperando, bicicletas, chicos saludando. Las viejas estaciones abandonadas, muchas convertidas en centros culturales, otras destruidas y alguna que otra remodelada para retomar ese antiguo deber de recibir y despedir a los viajeros.  Una, en Santiago del Estero, con los vendedores de tortas fritas, panes, quesos, tortas y lo que se te ocurriera casero. 










Por fin Tucumán y la miseria a los costados de la vía nos daba la bienvenida como antes lo había hecho similar miseria en Rosario, echándonos a piedradas. Otra vez las persianitas metálicas bajas y cada tanto alguna piedra golpeándolas. A la salida de Rosario, rompieron un vidrio que tarde fue resguardado. Me recuerdo tirándole piedras a esos viejos trenes en mi infancia de Villa Diego, pero en ese tiempo solo había junto a las vías, cañas y mucho yuyal.

Ese sábado 29 de marzo, en vez de llegar a las 11hs. llegamos a las 15, a una vieja estación que me rememoraba a aquella, de Rosario Central, cuando me recibía en la infancia.
El paso por Tucumán era una excusa para pispear un poquito la ciudad. Por el viaje en tren adelantamos la fecha dos días e hicimos un corto recorrido por estas principales capitales del NOA para ir entrando en el paisaje de lo que nos esperaría en estas próximas semanas.
Para llegar a la noche paseamos el centro de la ciudad y por la obligatoria casita de la Independencia que nos recibió con toda su historia de liberación (auque sabíamos que era una replica de aquella de 1816). La lluvia nos sacó de las calles y nos refugiamos en una moderna terminal de ómnibus a la espera de la partida del bus que nos llevaría a la ciudad de Salta.






Llegamos muy temprano a Salta. La ciudad estaba culminando la diversión del sábado a la noche y a nosotros nos quedaba por lo menos un par de horas para que comience a clarear. La Terminal de ómnibus un poco incómoda para tirarse a dormir nos ofreció unas sillas del único bar abierto. Algo para leer, un sueñito rápido, otro cafecito y el día asomó.
Después de dejar las mochilas nos encaminamos al parque de enfrente y allí recorrimos unas cuadras de una avenida. Muchos pibes aún dando vueltas, unos discretamente, algunos borrachos, otros adornados con restos de cotillón seguían sonando sus maracas o ensordeciendo a las mas impresionables de sus compañeritas de parranda con esas insoportables cornetas de plástico.
Doblamos por una calle peatonal. Algunas palomas y de pronto dos chicas y un muchacho con escobas y elementos de limpieza salieron a limpiar el sector correspondiente de la calle frente al Casino. Estaban divertidos, con esto terminaban la jornada laboral.
En la esquina, cuando el insoportable ruido del camión recolector de basura se calmó y se marchó, descubrimos una arbolada plaza rodeada de edificios históricos: el Cabildo, la Catedral, el teatro. Un tranquilo desayuno en un bar en una de las esquinas de la plaza, edificio donde reza que allí vivió, Lola Mora y a seguir la caminata errante. Así descubrimos un templo del año 1882 con sus paredes de color morado, blanco y dorado. No soy muy afecto al arte sacro, principalmente el cristiano, pero, no se por que, últimamente estaba entrando a ciertas iglesias a pispear tanta bambolla divina. Y no había mas que eso.
Deambulando llegamos a una avenida con un gran cantero al medio repleto de flores y plantas y al fondo, unas cuantas cuadras mas adelante una estatua que reconocí por haberla visto en fotos, la famosa estatua al héroe salteño Martín Miguel de Güemes.
Unas cuadras mas adelante, atraídos por los cables de un teleférico, volvimos al punto de partida, la Terminal de Ómnibus, y allí nomás el complejo del cerro San Bernardo. Arriba, entre jardines y terrazas una vista panorámica de la ciudad.







Por la tarde de ese domingo llegamos a San Salvador de Jujuy, recorrimos errantes la ciudad, descubrimos el museo Lavalle hasta que llegamos a la plaza principal con su Catedral, el Cabildo, hoy sede de la Policía Federal, la Casa de Gobierno y en la calle de la Catedral un barcito muy calido que nos refugio de la lluvia.
Estaba fría la noche, mientras esperábamos la partida del bus a La Quiaca. Un barcito al frente de la Terminal, nos brindó un reparador calorcito, una enorme milanesa con papas fritas y una rica cerveza negra.






Seguía el frío en La Quiaca. Aún no había amanecido y el barcito de la Terminal no habría. Era el lunes esperado, donde saldríamos de Argentina para comenzar el camino hacia el Machu Picchu.
Estábamos en la ciudad norteña a mas altura a nivel de mar, 3400 mts. Una ciudad turística, acostumbrada a recibir a gente de todos lados del mundo pero sin salir de su simpleza. La caminamos apenas, prometiendo volver con mas tiempo. Cruzar la frontera con Bolivia era mas atractivo que recorrer este punto culminante del país, además necesitábamos los pasajes del tren a Oruro, así que, unas fotos de rigor y a Villazón se ha dicho!.




   



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