sábado, 12 de febrero de 2011












Blhoja 043 – FRAGMENTOS: El Tahuantinsuyu



"En la investigación de la historia inca se nos plantean dos serias dificultades. Una relacionada con el modo andino de recordar y transmitir los sucesos; y la otra, con el criterio de los españoles a través de las crónicas. La suma de ambas se refleja en toda la información escrita que nos llega a partir del siglo XVI.
(…)
El estudio de las fuentes escritas es difícil debido a las contradicciones y confusiones que se hallan en ellas. Es así que juzgar la cronología tradicional de los gobernantes cusqueños ha sido una tarea ardua por la inseguridad de las noticias, porque los mismos hechos históricos y episodios se adjudican a uno y otro soberano. (…)
Varios interrogantes surgen alrededor de este problema. ¿No hubo acaso un sistema para conservar los recuerdos, o medios para transcribir los acontecimientos de una generación a otra? Sabemos que las culturas prehispánicas del Perú fueron ágrafas; sin embargo esto no fue un obstáculo para recordar y evocar los hechos, lo que hicieron de varias formas.
Existe consenso entre los cronistas cuando señalan que los indígenas poseían cantares especiales en los que cada ayllu[i] o panaca[ii] narraba los sucesos de su pasado durante ciertas ceremonias y ante el soberano; los del bando de arriba primero y luego los de abajo, y estaban a cargo de personas especialmente escogidas para alabar las hazañas y proezas de sus antepasados; se retenía así una memoria colectiva.
Otra manera de recordar a sus gobernantes o curacas[iii] y eventos acaecidos era mediante pinturas o tablas en las que se representaban pasajes de su historia y que, según los cronistas, eran conservadas en un lugar llamado Poquen Cancha (Molina 1943; Acosta 1940, lib.6, cap.8; Santillan 1927: 91; RAH A-92, fol.17v). Es un dato conocido que el virrey Toledo envió a Felipe II cuatro paños que ilustraban la vida de los Incas, y en una carta que le dirigió desde el Cusco, con fecha 1 de marzo de 1571, le decía que dichos tapices fueron confeccionados por los ‘oficiales de la tierra’ y añadía que aunque ‘los yndios pintores no tenían la curiosidad de los de allá’, no por eso dejaban los mantos de ser dignos de ser colgados en uno de los palacios reales (AGI Lima 28b; Rostoworowski 1977a: 239; 1983: 100).
La tercera forma que tuvieron los incas para registrar los sucesos fue los quipu o pequeños cordeles de diversos colores y nudos, usados para su contabilidad y también para recordar episodios históricos (Cieza de León, Señorío 1943: 81).
Existieron, pues, varios métodos para conservar en la memoria los acontecimientos: pinturas, cantares y una fuente mnemotécnica; la falta de escritura no fue un obstáculo insalvable en el pueblo inca para guardar y rememorar su pasado.
Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos entonces ¿Por qué tantas contradicciones en el relato incaico si poseyeron medios empíricos para recordar los hechos? ¿A que se debe la inconsistencia del registro andino del pasado?
Si bien existió una aparente confusión en la tradición indígena sobre su pasado, ésta no se debió a un desconocimiento de los hechos; las respuestas deben buscarse en la interpretación de las escrituras sociopolíticas andinas por parte de los españoles del siglo XVI. Su mentalidad impedía imaginar una sociedad con esquemas de organización y registros radicalmente distintos. (…)


El registro andino

Es obvio que lo indígenas no compartían las mismas preocupaciones europeas. Los hechos que deseaban recordar no correspondían necesariamente a las exigencias de otras latitudes. Podemos asegurar que en el ámbito andino no existió un sentido histórico de los acontecimientos, tal como lo entendemos tradicionalmente. La supuesta veracidad y cronología exacta de los sucesos no era requerida, ni considerada necesaria.
La costumbre cusqueña de omitir intencionalmente todo episodio que molestara al nuevo Señor, confirma lo expuesto.
En muchos casos se llegaba al extremo de ignorar a ciertos Incas que habían reinado, para no disgustar al Inca de turno. El olvido se apoderaba de los acontecimientos y de las personas (Cieza de León, Señorío, 1943: 77-79). Sólo los miembros de los ayllus o de las panaca afectados por dicha orden guardaban ocultas sus tradiciones. Este modelo de trastocar los acontecimientos y recuerdos, sumado a la falta de escritura explica las narraciones contradictorias de las crónicas y la tergiversación de los hechos motivada por la incomprensión española.
A pesar de la aparente confusión, esta historia incaica no debe ser calificada como puramente mítica, tal como lo afirman muchos investigadores. Los documentos, relaciones y numerosos testimonios en donde los indígenas afirman haber conocido y visto a los últimos incas son una prueba irrefutable de la existencia del Tahuantinsuyu. Los seres humanos, sin apoyo de la escritura, podemos recordar dos hasta tres generaciones atrás.


El criterio español

Los europeos que llegaron a estas costas en el siglo XVI tenían la preocupación de conquistar nuevas tierras, y muy pocos tenían la preparación suficiente para comprender el reto que significaba el mundo andino. Para ellos la preocupación central era encontrar nuevas justificaciones para su invasión. La falta de acuciosidad se explica por su deseo de demostrar que los Incas no tenían derecho sobre el territorio que habían ganado por la violencia. La mentalidad de la época y el interés por probar los derechos del rey de España sobre las ‘provincias’ incluidas en el Estado inca hicieron muy difícil la comprensión de la realidad andina.
Polo de Ondegardo (1916b: 47) asegura que en el ‘registro de los yngas muy por menudo hallamos memoria de todo también cada provincia tiene sus registros de las victorias o guerras y castigos de su tierra. Si importara algo pudiéramos muy bien elexir el tiempo que había que cada una estaba pacífica debajo de la sujeción ynga, pero esto no importa para lo que se pretende, pues basta tener averiguado el tiempo que aquí empezaron su conquista’ (el subrayado de la autora)
Los cronistas, frente a las incongruencias de la historia inca, trataron de arreglar y de acomodar según sus criterios las diversas versiones, distorsionándolas. Además se encontraban demasiado imbuidos de los principios de primogenitura, bastardías y sucesiones reales, de acuerdo con los modelos europeos, para entender la costumbre andina del derecho del ‘más hábil’ a la elección del cargo de Inca o de curaca. No podían concebir los europeos el poder de las momias reales que conservaban criados, derechos y tierras, tal como lo poseyeron en vida. Igualmente incomprensibles resultaron las divisiones en mitades, la forma de parentesco andino, de reciprocidad, y el complejo sistema de obligaciones simétricas y asimétricas.
El mundo andino era demasiado original, distinto y diferente para ser comprendido por hombres venidos de ultramar, preocupados en enriquecerse, conseguir honores o evangelizar por la fuerza a los naturales.
Un abismo debía formarse entre el pensamiento andino y el criterio español, abismo que hasta la fecha continúa separando a los miembros de una misma nación.




(…) la omisión de la palabra ‘Imperio’ con referencia al incario; tal omisión no es casual, obedece a que dicha voz trae demasiadas connotaciones del Viejo Mundo.
La originalidad inca se debió, en primera instancia, a su aislamiento de otros continentes. Sus naturales no gozaron de la ventaja de la difusión y de los préstamos culturales que permitieron el desarrollo de los pueblos de la antigüedad clásica. Sus contactos con mesoamérica fueron indirectos y esporádicos.
El mundo andino prehispánico se vio obligado a buscar su propio desenvolvimiento, a encontrar la solución a sus problemas y a sus necesidades ahondando en sus raíces más profundas. El hombre de los andes logró dominar la áspera naturaleza uniendo esfuerzos y concibiendo métodos para superar la inclemencia del suelo. Su espíritu comunitario y organizativo le permitió vencer las desventajas y las circunstancias adversas.
Este espíritu, este recogimiento sobre sí mismo, fomentó y dio como fruto una fuerza creadora e innovadora que le permitió encontrar la solución a sus angustiosos problemas. Nada era fácil para los habitantes del Perú prehispánico, sus tierras se situaban en un medio ambiente torturado por inhóspitas punas, fragosas quebradas, amplios desiertos y enmarañadas selvas.
El deseo indígena hacia la unidad se expresa a través de la voz Tahuantinsuyu, que significa las ‘cuatro regiones unidas entre si’, y que manifiesta un intento o un impulso hacia la integración, posiblemente inconsciente, que desgraciadamente nunca se logró y que se vio truncada por la aparición de la huestes de Pizarro; faltó tiempo a los cusqueños para consolidar sus propósitos.
Por esos motivos nos inclinamos a emplear la palabra Tahuantinsuyu en lugar de ‘Imperio’, pues el significado cultural de esta última no interpreta, ni corresponde a la realidad andina, sino a situaciones relativas a otros continentes".




HISTORIA DEL TAHUANTINSUYU
María Rostoworowski de Diez Canseco
Perú 1988.


Reinado incaico: 1438-1532



[i] Ayllu: agrupación de familias que se consideraba descendiente de un lejano antepasado común o tótem.

[ii] Panaca: la familia de cada Inca formaba un Ayllu Real que recibía el nombre de Panaca.

[iii] Curaca: era el jefe político y administrativo del ayllu











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