domingo, 22 de mayo de 2011












Blhoja 047 – TAHUANTINSUYU 2008 V – Peru: Camino del Inca


Cuando salimos de Ollantaytambo  era seguramente media mañana. Hacía rato que estábamos en pie, o mejor dicho sobre este colectivo que nos había pasado a buscar por el hotel a eso de las seis, seis y media. Tardamos en recoger a los pocos pasajeros que venían. Este era el grupo: dos suecas, una pareja brasilera, tres amigas porteñas, una pareja porteña junto a una amiga y Osvaldo y yo. Tres guías nos acompañaban. Debíamos llegar desde Cusco al kilómetro ferroviario 82, de la línea Cusco-Quillabamba. Mientras recorríamos la ruta hacia Ollantaytambo me ataco el arrepentimiento. Años  planeando este viaje. Todo este recorrido maravilloso por Perú y lo que me faltaba por recorrer, era consecuencia de mi principal capricho: llegar al Machu Picchu caminando. No recuerdo como tuve  la primera información, si recuerdo una imagen: al fondo el Machu Picchu, como figura principal una llama y unos arbustos encuadrando la parte inferior de la toma, un locutor, o un escrito anunciado que los que querían llevar al máximo esta aventura, lo hacían caminando. Yo quería llevar al máximo mi aventura, era un gran reto, una gran ilusión. Luego de mucha investigación por Internet sobre el camino decidí acercarme al consulado de Perú en Rosario para averiguar sobre las empresas turísticas que ofrecían el paquete. Decenas que por Internet desarrollaban el itinerario con lujo de detalles y lo beneficioso que era acordar con ellos, pero… debía hacer un pago adelanto de unos cuantos dólares a una empresa virtual, de la cual no tenía la menor idea si existía. Nunca contestaron mis mails desde el ente turístico de Perú, respondiéndome si eran o no confiables dichas empresas, por lo tanto decidí ir al consulado. Allí tampoco me dieron información pero me recomendaron a un “señor peruano” que tiene una agencia de viajes. Si lo recomienda el Consulado debe ser seguro. Y gracias a Jesús de Zegarra Viajes concreté uno de mis mejores viajes. Pero, todavía no había llegado al pueblo anterior a la parada definitiva que ya me quería pegar la vuelta. No se por que se me vino abajo todo lo que hasta unas poquitas horas atrás era lo mas importante del mundo. ¿Los pocos pasajeros que viajábamos?. ¿El movimiento tosco del bus? ¿El cielo nublado? ¿El desayuno opíparo que me mande en el hotel? Nunca sabré el por que esa depresión, pero… recobre fuerzas cuando salimos del pueblo y tomamos un camino angosto, con la roca de la montaña por un lado y el precipicio que daba al río Urubamba por el otro. En un momento un vehículo venía de frente y nosotros tuvimos que darle paso. Debajo de la ventanilla comenzaba el río que corría bastante enojado, hierbas y troncos de árboles que no se sabía donde nacían. Del camino ni noticias. O sea, estábamos al borde del precipicio… ¡que impresionante!, ¡así empieza la aventura!... esto es lo que quiero… Ver que el bus retrocede un poquito mas porque el otro no pasa y no saber si las ruedas están sostenidas por la energía que impulsa el río o que el último centímetro de camino es el que aún las soporta.



Llegamos a una playa de estacionamiento y descendimos. Estuvimos unos cuantos minutos chequeando el equipaje y comenzamos la marcha al margen del río allá estaba el puente. Estábamos en el kilómetro 82, llegando al control de Piskakucho, a 2570 msnm.
La foto de rigor bajo el cartel y luego de chequear los pasaportes y los tickets cruzamos el puente que nos llevaría durante 4 días por 39 km de historia, espectaculares paisajes y una diversidad  de áreas ecológicas que van desde las infértiles tierras de altura hasta los bosques de nubes con su exótica vegetación.

                             
                             
                            
De pronto, allá abajo, la primer gran ruina arqueológica: Llactapata, enormes terrazas de siembra acopladas perfectamente a la ladera de la montaña que descienden al río. El camino este día es casi plano acompañando en su margen izquierda al río Cusichaca.



En un momento quedé solo, gran parte del grupo adelante y unos poquitos atrás, muy alejados; de pronto el silencio, la soledad, ese suponer que formaba parte de esa naturaleza, me dio tanto bienestar que fui totalmente feliz. Es inexplicable la felicidad, o no puedo describir ese sentimiento que comienza con un desesperado galopar del corazón que te lleva a emociones sublimes y que revienta de golpe con grandes lagrimones. Y mas aún cuando giro y me encuentro a mis espaldas, custodiándome y escondiéndose disimuladamente entre las nubes, el gran nevado Verónica.
Luego de saborear una chicha y caminar entre una tupida selva, cruzamos un puente y llegamos Huayllabamba donde nos esperaban los porteadores con las carpas armadas y la mesa servida para una merienda reparadora y luego a esperar la cena.



El segundo día fue el más difícil. Por entre los árboles y  escalones de piedra nos cruzamos con unas llamas que seguramente eran de los pobladores cercanos y realmente tuve ganas de montarme a una, y eso que eran los primeros kilómetros. 
Poco a poco la selva fue quedando atrás y mientras subíamos el paisaje se hacía más seco y hostil. Debíamos llegar a los 4200 msnm y aunque no era muy largo el trayecto el ascenso se hizo interminable. Tierra seca y escalones de piedra conformaban el sendero, realmente fue un trayecto donde el arrepentimiento se imponía sobre la aventura y quedarse sentado y no continuar era una necesidad. Todo se supera y a pesar de lo empinado del último tramo, ver llegar a Simon, el guía, para recoger mi cámara y fotografiarme en este ultimo y gran sacrificio, me recompuso el humor y los últimos metros se hicieron llevaderos con el apoyo de aliento de los que ya habían logrado la hazaña. Un rato en Warmihuañusqa y a bajar. Mi pequeña mochila la tenía Osvaldo, yo había agarrado la suya, mas pesada porque venía él muy agotado. Acompañado por uno de los guías, venía muy rezagado por lo tanto me dio tiempo a descansar mientras los esperaba. El problema que en mi pequeña mochila tenía chocolates y otras golosinas, además de la botella de agua, así que estaba sediento y hambriento, por suerte estaba nublado y el calor no era ambiental. Un chicle me salvó de mantener ensalivada mi boca. Lo recibí con mucha alegría, además de su hazaña, principalmente por la mochilita. 





Uno de los guías, junto al grupo que iba siempre por delante se marcharon y esta vez, la mayor parte del grupo caminó en la retaguardia. Bajar nos cambió de humor y creo que ese trayecto consolidó a esta gran parte del grupo. El paisaje cambiaba, volvía la selva, pero la bajada no fue tan cómoda tampoco. Por momentos se hacía muy empinada y fue allí cuando lastimé la uña de uno de mis deditos del pie derecho. El pié hacía mucha fuerza para sostenerme en la bajada y eso causó que el roce constante con la bota, me lastimara.
Esa noche acampamos en Pacaymayu, junto al río del mismo nombre. Allí hay unos baños pero como hay tanta gente y a esa altura del día que llegamos, (casi los últimos) estaba muy mugriento todo. 
A pesar del cansancio del día, fue la noche mas relajada de todas, ya que como dije anteriormente, se estaba consolidando el grupo y en esa carpa comedor, mientras esperábamos la cena comenzamos a reírnos de nosotros mismos y hasta hacer bromas a los demás.
Es extraño el acercamiento que se produce entre seres desconocidos en esta circunstancia. El compartir esta aventura increíble une notoriamente y por mas que uno ponga umbrales a su alrededor, cualquier pequeña acción del otro te acerca, con un gesto de apoyo, con una mano tendida, un guiño o una sonrisa. Después nos olvidamos, lejos de este ambiente volvemos a ser los mismos, pero mientras tanto, disfrutamos estos momentos. Pero no se si seguimos siendo los mismos. Yo no soy el mismo que antes de este viaje.


Ya era 11 de abril. Abril de 2008. Ese día no solo estaba subiendo estas escalinatas hasta Runcuracay sino que en Roldán, provincia de Santa Fe, nacía una camada de cachorritos labradores de los cuales uno de ellos sería mi Pachacutec de hoy y he aquí, lo que estoy relatando, el gran por que de ese apelativo.



Runkurakay sin duda fue un puesto de vigilancia, el lugar estratégico donde se encuentra da una visión impresionante del valle del río Pacaymayu. Por momentos entre nieblas, por momentos despejado fue una de las vistas mas inquietantes y hermosas de todo el trayecto.



Cuarenta minutos después se presentó ante nuestros ojos, el conjunto arqueológico Sayacmarca. Hay que subir una difícil pendiente de escalones de piedra, por momentos de muy escasos grados de inclinación, pero valió la pena ese sacrificio para las piernas. ¿Que no valió la pena de esa travesía?.

                        
                         
                         
                         

Creo que el trayecto de este día es el mas diverso en paisajes, cerros, altas montañas y valles, muchos conjuntos arqueológicos, múltiples especies de árboles y arbustos, flores extrañas, muchísimas orquídeas. Entrábamos en plena ceja de selva andina. Las nubes amenazaban descargarse cuando llegamos al campamento para el almuerzo. Cayeron algunas gotas mientras comíamos y luego un pequeño descanso antes del último tramo donde si nos metíamos en plena selva y comenzábamos el descenso. De los 3800 msnm en que se encontraba Sayaqmarka bajaríamos a los 2400 donde se encuentra el campamento nocturno. El último campamento del viaje. Lo más impresionante de este último recorrido fue la altura de los escalones. Creo que en un 100% el sendero es de piedra, en muchas oportunidades era necesario buscar un pastito tierno para caminar ya que lo desparejo del piso se hacía inaguantable.

De igual forma el entorno era superior. El grupo que había quedado atrás el día anterior en Warmiwañuska seguía unido y así estuvimos todo el trayecto divirtiéndonos, disfrutando de esa jornada cálida y mágica.



El campamento de Wiñaywayna es un acercamiento a la civilización. Allí hay duchas con agua caliente, baños limpios, comedor, bar… igualmente dormimos en carpa, pero cenamos sobre una mesa, bajo techo y había música y toda la gente festejando el logro de la gran hazaña.

Cabe decir que durante estos días las comidas fueron exquisitas. Estuvimos muy bien atendidos tanto por los guías, como por los cocineros y los porteadores que sacrificados, hicieron lo mejor para nuestro bienestar.

Los porteadores son un dato aparte y significativo de lo que es el Camino del Inca. En su mayoría son lugareños que ganan su vida para servir a quienes pagamos por esta excursión. No ganan bien y el sacrificio es mucho. Es impresionante verlos pasar corriendo a tu lado, cargados con mas de 20 kg a sus espaldas. Ellos transportan la comida, las carpas, las cocinas, las garrafas, todo lo que el grupo necesita para su bienestar. Llegan antes que uno para armar el campamento y salen después pues deben desarmarlo. Había y hay mucha controversia sobre la explotación de estos hombres, en muchos casos niños, que no teniendo otro recurso laboral, trabajan como esclavos para las empresas turísticas que a su vez son autorizadas por el ente de turismo de la nación peruana. Se habían propuesto animales para el traslado de los equipos de campaña, pero para conservar los senderos fueron rechazados Por lo menos han logrado bajar el peso de carga por porteador ya que años atrás montaban sobre ellos el doble y mas de lo que ahora llevan. Eso es, lo que opaca en alguna medida esta aventura. Sentirte que formas parte de un engranaje de explotación de hombres necesitados.

Esa noche fue la despedida de los porteadores. Fotos con todos y el agradecimiento verbal y monetario. Claro que en ningún momento nos preguntamos cuanto ganaban y si eran explotados. Las preguntas vinieron después, ese era un espacio para disfrutar. Luego supe que salían antes que nosotros por la mañana para tomar el primer tren de la mañana en Aguas Calientes y volver al lugar de partida de los nuevos excursionistas, para volver a subir cargados como animales por unos miserables soles.


Era oscuro cuando salimos por la mañana para recorrer unos cuantos kilómetros hasta Intipuncu, la “puerta del sol”, luego de trepar unos enormes escalones se llega a la famosa puerta hacia el Machu Picchu. Allí a esperar. Lentamente se va colmando de peregrinos ansiosos por que el sol nos muestre lo que tanto esfuerzo nos costó alcanzar, ¡pero que dichosos todos en esa espera a que las nubes se corran y den vista a la majestuosa ciudadela!.
Machu Picchu estaba allí abajo, a un kilómetro aproximadamente. Eran las ocho y cuarenta y ocho de la mañana y aún las cortinas de niebla no dejaban apreciar ese tesoro al que Pablo Neruda lo califico como “alto arrecife de la aurora humana”.










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