lunes, 15 de febrero de 2010










Blhoja 017.CHILE´99 – DE NUEVO EN SANTIAGO

Hacía dos meses que había regresado de Chile y ya estaba subiendo nuevamente al TAC para volver.
Rosario, Mendoza y allí trasbordo a un colectivo mas chico para cruzar la cordillera.


Después de pasar el complejo turístico de Penitentes y el Puente del Inca con su dorado maravilloso y su mítica leyenda que cuenta que el gran jefe inca enterado que hacia el sur, aguas mágicas podían curar a su pobre hijo paralítico, organizo una excursión con sus mejores guerreros y al llegar quedo maravillado por las aguas que brotaban de la tierra, pero para llegar a ellas debían cruzar un caudaloso río, entonces sus guerreros formaron un puente humano y así lograron, el jefe y su hijo llegar a las aguas y conseguir la cura. Cuando el jefe miró hacia atrás para agradecer a sus hombres, estos se habían convertido en piedra, formando así “el Puente del Inca”.


La aduana argentina es lenta. O había mucha gente o pocos agentes, la cosa que estuvimos como una hora esperando para pasar a mostrar los documentos y otra, para terminar la cola de los trámites de visado.
Después vinieron unos tres kilómetros de túnel y la aduana chilena.
Allí el colectivo entra en un enorme edificio y bajamos con todas las pertenencias para ser registrados. En una sala con una larga mesa revisan los bolsos de mano mientras por otro mesón van pasando los equipajes por un tipo de detector.



Ya estábamos casi listos cuando uno de los agentes de control pregunto de quien era la maleta. Yo ya me lo veía venir. Osvaldo con asombro dijo, mía, y nos acercamos. El tipo, junto a una mujer empezaban a revolver el bolso y sacar algunos de los objetos que allí había.
--Y esto?
--Películas…
--Hartas películas!
Muchas quiso decir. Y si eran muchas. Por demás tal vez.
--Coleccionistas de cine-- dijo Osvaldo y le mostró el carnetcito que lo identificaba, yo mostre el mío pero ni los miró, no le importo demasiado.
--… --mirada de “que dice?”
--Le traigo “estas” películas a un compañero coleccionista de Santiago--. “Estas” películas eran unos noventa VHS y veinte DVD (novedad, recién aparecían en el mercado). La mayoría de los títulos, clásicos estadounidenses.
--Se quedan. Tiene que pasar por censura.
Bueno.
Ya creo que en algún momento dije que mi amigo Osvaldo es un poco efervescente y no mide mucho las consecuencias.
--Como que censura si no son pornográficas, tengo que estar en Santiago, no me voy a ir sin las películas… --y esto que el otro, la cosa es que en un momento estábamos frente a la jefa de la aduana, vidrio de por medio, una carabinera no muy simpática, que con poca paciencia le decía a Osvaldo que esas películas se quedaban allí… yo tratando de calmarlo, no sea que además de las películas nos quedemos nosotros en medio de la montaña…
--Firme aquí y el lunes van al aeropuerto a buscarlas.
Discutió un rato: “como que el lunes”, “no puedo perder este material”, “que le digo a mi amigo cvoleccionista”… lo obligue a firmar y nos subimos al colectivo. La mirada de algunos de los pasajeros no era muy amistosa. Hacía mas de una hora que estábamos varados allí y Osvaldo quejándose de la injusticia cometida. Otros, seguramente acostumbrados a estos acontecimientos, ni se mosqueaban o miraban con una sonrisa cómplice: --Así que pasando mercadería de contrabando…
Y no era mercadería de contrabando, era un favor que Osvaldo le hacía a su amigo Jorge que no podía viajar y le estaba trayendo al amigo chileno este material, le pagaban el pasaje y la estadía.
El encuentro con el coleccionista chileno fue muy incómodo. Nos estaba esperando en la terminal. Veníamos atrasados y Osvaldo se deshacía en disculpas por lo ocurrido. La cara del tipo era: “no te preocupes ya sabía que iba a pasar…” pero no había forma de conformar a la negligente “mula” que había perdido su cargamento.


Llegamos a la zona del centro santiaguino, a pocas cuadras del hotel en el que nos habíamos alojado en el viaje anterior. Entramos a un local de ventas de VHS. Después de mostrarnos su comercio, el “coleccionista”, nos condujo a pocos metros de allí, a un residencial que tenía reservado, en frente del Parque Forestal.
A la mañana siguiente se dilucidó el episodio. No había ningún coleccionista sino un comerciante que necesitaba las películas enviadas por Jorge para aumentar su colección de clásicos y así tener a la venta mas material que otros videoeditores. Recorrimos su salón de edición y nos regaló unas cuantas películas entre ellas Gringuito, una muy buena película chilena. Ese primer mediodía nos invitó a comer a un restorán chino en el barrio Brasil. Brindamos con pisco sauer y acordamos que el lunes comenzaríamos los trámites en el aeropuerto (sede central de la aduana) para recuperar las películas. Nos acompañaría Rosa?, creo que así se llamaba, una simpática señora, muy amable y solícita con un grave defecto: pinochetista. No me pude contener y como muchas veces no comprendo como la clase trabajadora apoya a los dirigentes antipopulares, le pregunté el por que y sin muchas convicciones me dijo que había sido el gran libertador de la amenaza comunista. No creí conveniente seguirla y la deje tranquila con sus “convicciones” al ver su incomodidad frente a dos extraños aparentemente amigos de su patrón que, ferviente defensor pinochetista nos dejó con el pollo Szechuan atragantado, que ni la cerveza Cristal pudo bajar.
El barrio Brasil es un barrio viejo. Las casonas y palacetes estaban descuidados y el abandono se veía en general, aunque se intentaba resurgirlo edilicia y culturalmente con la intención de atraer familias jóvenes al centro de la ciudad. Decidimos abandonar a nuestro anfitrión y caminamos un poco, hasta que llegamos a Alameda.
El lunes por la mañana el taxi tomo San Pablo rumbo al este. Nos íbamos para el aeropuerto. Los tramites nos llevaron tres días de largas esperas y al final no conseguimos que nos entreguen los VHS, a pesar de los contactos amigos de don “coleccionista”.
Al fin nos desembarazamos de tan engorrosa gestión y tuvimos unos días para disfrutar Santiago.


Una de estas últimas noches subimos al Cerro Santa Lucía a ver teatro. Era una enorme carpa montada en la cima del cerro cubriendo las gradas que servían de plateas. Un amplio escenario con tres niveles tenía al fondo una representación de una antigua casa de dos plantas, a la derecha bajaba una escalera, una pequeña tarima a la izquierda y en el centro el espacio central:

LA NEGRA ESTER, un gran espectáculo lleno de picardía y con mucho ritmo. Una obra popular de Roberto Parra, uno de los hermanos de la Violeta, que cuenta su historia de amor con una prostituta. Ya habíamos disfrutado del teatro chileno en lugares no convencionales como un gran salón en la estación Mapocho donde vimos una moderna versión de Calígula de Camus. En un galpón detrás de la misma estación donde disfrutamos una excelente obra con actores, títeres y muñecos llamada GEMELOS. Y en una carpa detrás del Museo de Arte Contemporáneo en el Parque Forestal, donde en una pista de sal, actores y músicos deslumbraron con una trágica historia en UNA CASA VACIA.


Esa mañana salimos a buscar un desayuno argentino con medialunas o bizcochos, muy difícil de encontrar. En el residencial lo mas cercano eran las tostadas y la mayoría de los bares, sanguches calientes o fríos con harto mayo y picante. Creo que por Ahumada cruzamos Alameda y en alguna esquina cercana vimos un característico bar al estilo nuestro. Altas puertas, altas ventanas a la calle y mesitas cuadradas de madera y las típicas sillas de bar. El mostrador de madera como los pisos. El olor a café de máquina y una bandeja repleta de medialunas. Esto si era desayuno!!!.









Caminamos hasta la Iglesia San Francisco y descubrimos una callecita que luego de una curva se transformaba en otra ciudad. París Londres es un pequeño barrio con estilo europeo, puramente turístico, con escaso tráfico vehicular, donde el ruido de la ciudad desparece y aflora la nostalgia de cierta clase social de pertenecer a una “ralea superior”.







Nos volvimos sin que “la censura” le haya entregado los VHS al guatón “coleccionista” y unas semanas después, supimos que al fin las recuperó luego de pagar un dólar por cada título.











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