jueves, 18 de febrero de 2010












Blhoja 018.CHILE 2000 – PUNTO DE PARTIDA: SANTIAGO


El nuevo milenio traía la necesidad de volver a Ushuaia. La llegada a la ciudad mas austral del mundo entrando por el Canal de Beagle era una foto indeleble que aparecía ante mis ojos tenazmente desde aquel junio de 1982. También se sumaban las de Río Grande y el lago Fagnano, una mezcla paisajística con imborrables recuerdos. Esa nostalgia de volver al lugar amado, al lugar de la aventura, al lugar del dolor. Y era hora de cumplir algunas de las viejas promesas.
La excusa era válida para emprender el viaje pero además, podía sumarle otras ganas recientes: conocer parte del sur chileno. La situación económica se daba y no quería perder la oportunidad, así que, con la complicidad de Osvaldo, volvimos a subir al TAC y nos pusimos en marcha para cruzar por quinta vez la Cordillera de los Andes, vía Mendoza.


Ese cruce volvió a ser un nuevo descubrimiento. La atracción que tienen sobre mi esas moles rocosas es superlativa. Contemplando esa inmensidad con un vidrio como única frágil barrera, no dejaba de anhelar el poder rodar por ese profundo valle o ascender por esas empinadas laderas. Que difícil se me hace poner en palabras lo que, ahora recordando, fue ese sentimiento. Veía tanta libertad fuera de ese rectángulo móvil, si es que la libertad es enormidad, soledad, pureza…


No era una impresión de deslumbramiento. O por lo menos el deslumbramiento que te provoca el verlo por primera vez. Pase seis veces por ese lugar y en todas, mi mente se escapaba de mi cuerpo e iba mas allá de lo que marcaba el camino. Esta muy cerca el momento en que pise, toque, recorra parte de ese espacio con el viento golpeándome la cara. Pero eso será en una blhoja futura.


En ese enero del 2000, volver a pisar las calles de Santiago fue un nuevo recargue de pilas, tan necesario en alguna época del año. Esta vez el alojamiento fue un hotel a media cuadra de donde la primera vez que pise calle santiaguina, el chino/japonés/caraoriental terminó con mi incertidumbre de si me robaría, violaría o que se yo que, después de romperme la cabeza con ese palo medidor de gomas: --son veinte mil pesos-- me había dicho y me abrió la puerta hacia la ciudad por descubrir. El nombre de la calle: Mac Iver. Nada que ver con el McGuiver de la serie, pero suena parecido y divertido. Este fue un político del 1800 que participó en el derrocamiento del presidente Balmaceda por la oligarquía chilena. (Historia conocida, “héroes” que adornan con sus nombres las calles de las ciudades latinoamericanas. Tenemos a varios por estos lados, se me cruza por la mente y ya que hable de montañas, a don J.A.Roca. Parecido pero no divertido).
Volvía a estar en la Santiago vieja, con sus antiguos edificios, sus callecitas angostas, su incansable tráfico de vehículos de todos los modelos adornado con buses de un amarillo furioso. A pocos metros de una panadería que por las tardes desborda de empleados con sus trajes oscuros, señoras con sus bolsos de compras, niños golosos y transeúntes de todo tipo en busca de los berlines, cocadas, chilenos y demás exquisiteces dulces, que al parecer es el clásico de la mediatarde. Mi preferido: berlines rellenos con majar (dulce de leche).
Lo primero que hicimos fue ir a la Estación Central de Santiago o Estación Alameda, ubicada en la comuna Estación Central y sobre la Alameda hacia el oeste a unas treinta cuadras de donde estábamos. Es la terminal de trenes de la red sur que termina en la ciudad de Temuco. Tenía muchas ganas de viajar en tren. En Argentina hacía años que los trenes andaban muy mal y el gobierno que acababa de finalizar, el del innombrable turco, había terminado por destruirlos dejando a miles de trabajadores en la calle. Al llegar a la estación un mundo de gente con bolsos y mochilas merodeaba el lugar. No había un solo pasaje hasta la semana próxima. La idea era quedarse dos días, tres como máximo en Santiago, por lo tanto descartamos la idea y caminamos hasta la terminal de buses Alameda a unas cinco cuadras mas al oeste. Decidimos quedarnos dos días mas y sacamos un servicio nocturno rumbo a Puerto Montt.
En esas jornadas recorrimos sectores por los que habíamos pasado fugazmente o directamente desconocidos.

Bajamos al subte, o mejor dicho el metro de Santiago, en la estación Universidad de Chile de la Línea 1. Imponente espacio cubierto con el gran mural del artista Mario Toral que representa la historia chilena titulado: Memoria Visual de una Nación. Embelesados por esa imponente obra nos subimos al tren rumbo a la estación Manuel Montt, en el barrio de Providencia. Aquí, lo que era la Alameda ya es Av. Providencia y se divide en un tramo formando 11 se Septiembre. Es la zona comercial por excelencia y es uno de los barrios “altos” de la ciudad. Edificios modernos y locales comerciales cambian la fisonomía de la Santiago vieja, aquí no se diferencia del centro de Buenos Aires, por ejemplo. Mientras que en el otro sector ciertos comercios son característicos, aquí está más globalizado. Por ejemplo en un “mercado” donde se pueden encontrar vinos, fiambres, quesos, conservas; la fisonomía del lugar no se asemeja en absoluto a una típica granja rosarina. En cambio en Providencia, si. La panadería de los berlines con manjar, es muy diferente a una panadería rosarina y de Providencia. Lo mismo ocurre con los bares. No he visto un bar donde tomar un café, salvo ese insólito hallazgo que comente en la blhoja anterior. Aquí el lugar del café se llama “Café con Piernas” y uno se puede tomar un café en un pequeño local con una larga barra, atendido por “niñas”, cuya vestimenta consiste en diminutas bikinis. En Providencia los bares tienen mesas, sillas y no hay niñas en bikini.





La Plaza Baquedano separa Santiago Centro de Providencia y el cambio se nota. Este es el límite entre el Santiago obrero y el adinerado. Igualmente en este sector se pueden conseguir las populares empanadas de pino, enorme empanada cocida al horno, rellena con carne vacuna, cebolla, comino, ají, aceituna, huevo y pasas de uva; muy diferentes a nuestras clásicas empanadas, que aunque con similar relleno saben totalmente distintas.
Dos empanadas de pino, un berlin con manjar, agua mineral y a la sombra de un árbol a orillas del Mapocho a saborear el exquisito almuerzo.




En Baquedano nos subimos al metro de la Línea 5 y nos fuimos de shopping, o como dicen ellos, al Mall. En un tramo sale a la superficie y se puede ver una cara mas chata de la ciudad.







La ultima mañana subimos al cerro Santa Lucía, en el que habíamos visto “La negra Ester”.
Es el corazón de la ciudad y su punto de fundación. Esta vez recorrimos sus extensos jardines y miradores. En uno de los bancos del Jardín Circular en la cima del cerro, leí mi primer obra de teatro chilena: “Tierra de nadie” de Jorge Díaz, de quien ocho años después me anime a dirigir otra de sus provocadoras creaciones.
Casi alejado del ruido del centro; de fondo un coro de pájaros, mientras el tradicional cañón del cerro anunciaba el mediodía, me iba despidiendo de Santiago hasta quien sabe cuando.

















2 comentarios:

  1. Edu felicitaciones por este proyecto! es muy interesante lo q contas, y tenes una forma muy linda de redactar, ademas de un excelente gusto para elegir musica, libros, escritos y demas...

    desde casa, te leo...

    Leti

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  2. Gracias Leti, que sorpresa. recien ahora veo el comentario ya que no veo mucho mi blog salvo para escribirlo y se ve que no tengo tildado que me informen cuando hay un comentario.
    Gracias por los elogios y me alegro que sirva para algo.
    Sos la Leti que pienso?

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