lunes, 7 de diciembre de 2009












Blhoja 007.FRAGMENTOS




TENÍA RAZÓN OSCAR WILDE
En el fragor del combate
no pude acertar al enemigo
Pero terminé con la alegría
pero acabé con la inocencia
pero malherí a la esperanza
 
Uno siempre termina matando
lo que más ama





Se asoman cada noche

uniformados de musgo  
desde la tierra parturienta  
Miran las luces del muelle  
y todavía sueñan  
con regresar algún día  
Oler de nuevo el barrio  
y correr hacia la puerta  
de la casa más triste  
y entrar como entran  
los rayos del sol  
por la ventana  
en la que ya nadie  
se detiene a mirar  
donde ya nadie  
espera la alegría






FANTASMAS DE MALVINAS




“Las abstracciones son peligrosas. Construyen entelequias, modelos de sociedades que como tales no existen, pero desde las que se juzgan otras formas diferentes de ver la realidad, o de los procesos que las personas vivieron en el pasado. Siempre serán una vara muy alta.
Al emerger de experiencias violentas, como una guerra, una dictadura o una revolución, distintas concepciones ideológicas buscan ya ‘refundar’, ya ‘recuperar’ las relaciones sociales y la historia. Para el caso es lo mismo: tanto para ‘empezar de nuevo’ como para ‘recuperar lo perdido’, hay que hacer tabla rasa del pasado, que es condenado o, inversamente, ensalzado hasta volverse, en ambos casos, irreconocible. Hacer las cosas de este modo salva las conciencias sobre responsabilidades pasadas o desaciertos en las elecciones políticas y las conductas, pero a cambio deja a los sobrevivientes de los procesos históricos en el lugar de la escoria de la fundición.
De seres humanos que viven sus memorias pasan a ser resabios de las ideas y residuos de los procesos históricos que se busca dejar atrás. No es justo ni para la mayoría de los compatriotas que murieron, ni para la mayoría de los que sobrevivieron. También es hacer tabla rasa con ellos.
Yo no puedo hacer eso. Yo estoy orgulloso de muchas personas y de muchas cosas.
Repudio la guerra de 1982 pero me enorgullezco de mis compatriotas conscriptos que en Malvinas encontraron tiempo –mientras padecían la ineficacia de sus mandos, a veces a sus propios oficiales, y buscaban comida-- para ser compañeros de sus compañeros y aun para combatir al ingles. Estoy orgulloso de los jóvenes conscriptos que salieron de su casa en lugares que ni siquiera figuran en los mapas porque aprendieron que era su deber. Los respeto porque después de la guerra, además, hallaron el tiempo no solo para enfrentar el silencio y la marginación, para difundir lo que habían hecho y velar la memoria de sus muertos, sino para que nadie los pisotee, ni con canalizaciones que los transforman a todos en Sargentos Cabrales en un extremo, ni con simplificaciones que los confinan a los campos de concentración presurizados de la república perfecta del otro, solo porque visiones limitadas venen ello un peligro y en cada monumento a los caídos, un homenaje a Videla.
Ambas cosas son robos y vejaciones, saqueos del campo de batalla de la memoria por los cuervos de todas las guerras.
Yo estoy orgulloso de muchas de las cosas que vivió y protagonizó mi pueblo, y avergonzado y dolorido por otras tantas, pero antes que tirar a la basura prefiero dedicarme a aportar para separar la paja del trigo, para que entre otras cosas ningún asesino sea contrabandeado entre los que deberíamos honrar. Pero, también, para que reconozcamos y respetemos con la misma intensidad a los que sintieron que todo era un despropósito y una locura, y se opusieron a eso y enfrentaron la condena social por no cumplir con ese mismo deber, porque también hubo que ser muy valiente para eso.
Para que podamos reflexionar, además, sobre las marcas comunes a lo largo del tiempo, clavos oxidados y aparentemente olvidados de los que mucha gente colgó y sigue colgando su ropa cuando vuelve de trabajar, de estudiar, o antes de irse a dormir.
Es muy fácil pedirles magnanimidad a los derrotados y a los marginados, cuando no son ni la propia vida ni la propia historia la que habrá que descartar para perdonar. Por eso, con vidas humanas de por medio, esto puede oler demasiado a una ofensa mas.
Viajar a Malvinas desde este lugar de respeto y desde el pasado vivido es para mi una tarea vital: consiste en dar pelea por símbolos que muchos compatriotas valoran, respetan y honran, y a los que atan sus formas de entender su pasado e imaginar su sociedad. Acaso, hasta de imaginar un futuro. Las islas Malvinas y los temas asociados a ellas son solo un nombre en una lista de lugares de la memoria latentes que una banda histórica de avivados sigue usando en beneficio propio para lavar culpas y mantener privilegios. Y otra, para legitimar con su omisión lugares de prestigio intelectual desde donde se fijan las reglas del arte y de la política, desde donde diseñan cartografías de la memoria donde muchos lugares y sus habitantes son el País del Nunca Jamás.
Por eso estoy sentado aquí ahora, en una camioneta con volante a la derecha, rumbo a la casa donde voy a vivir una semana en las islas.
Si eso no es una relación histórica con el pasado, no se que es.
Algunas cosas son mas sencillas de los que las hacemos. Uno de los cuentos que más nos gusta leer con mis hijos es ‘Desafío mortal’, del chaqueño Gustavo Roldán. El piojo y el puma se trenzan en un combate desigual porque el insecto se siente agraviado por algo que en realidad no sucedió: el puma pisó su sombra, el piojo lo desafió a pelear, y este se rió de su insignificancia.
--Pero, don piojo .--dijo el elefante--, un piojo no puede pelear con un puma.
--Ya sé que no, pero las cosas tienen su límite. Y creo que se estaba pasando de la raya. ¿Sabe, don elefante? A veces los bichos chicos tenemos que defender a muerte la dignidad. Si no resistimos, si no defendemos la dignidad, entonces sí que estamos listos. Y un buen piojo no puede permitir que nadie le pise la sombra.
A mis hijos les encanta esta historia porque relata una actitud digna. Sostener que existe una dignidad que es histórica no es ser esencialista: es reconocer que hay mujeres y hombres que la actuaron en momentos históricos concretos, y que de eso se puede estar orgulloso y se puede aprender. Y que la alimentan desde una forma de entender el mundo con la que se identifican.
El cuento de Roldán puede funcionar como un test meridiano antes de comenzar el viaje a Malvinas:
a) ¿Dónde dice ‘piojo’ tachó y puso ‘Argentina’ y donde dice ‘puma’ reemplazó por ‘Gran Bretaña’? Error.
b) ¿Dónde dice ‘piojo’ tachó y puso ‘mis compatriotas’ y donde dice ‘puma’ reemplazó por ‘los que hablan y escriben por ellos’? Vamos bien.
Elegí hace mucho tiempo no olvidar a los muertos y continuar preguntándome por el pasado. Es una disputa con los que les ponen la ropa que quieren, o los tiran a una fosa común con sus explicaciones. No es un buen lugar este, no es cómodo, pero es el que considero propio. Puede ser inclusive el más gratificante: encontrar huellas que muestran que el pasado se trasmite y se retoma, indicios de un continuum, descubrir que no todos los lazos están rotos allí donde la magnitud del daño haría pensar lo contrario.
El viaje a las islas, volver a Malvinas, me recompensó holgadamente por una gran cantidad de sinsabores. Bastó pisar ese lugar para encontrar otro espacio de mi imaginario hogar, para que las llaves, los acertijos, los mapas secretos y los santos y señas mediocres desaparecieran.
Es suficiente con llegar a las islas, y estar atento, para que el horizonte se abra ante nosotros: hay otras señales que buscar, otras consignas a las que hay que atender. Este libro de viajes se llama Fantasmas de Malvinas e invita al lector a pensarse un poco como tal, pues el viaje al archipiélago es una visita a un pasado signado por la Muerte.
Porque, entre otras cosas, para un fantasma el tiempo no es importante, pero el espacio si. El lugar, para el fantasma, es su razón de ser tanto como la muerte que lo transformó en tal y le niega el reposo. Y esto no tiene que ver con cuestiones territoriales, sino vivenciales.
La Muerte y la Historia se llevan muy bien, pero acercarse al pasado puede ser otra cosa que un funeral. Puede ser la posibilidad de que un relámpago ilumine los ojos de los idos, convocados por una pregunta, que abra sus bocas cegadas por el barro o el agua. Nadie puede robarnos un lugar si lo vivimos de ese modo. Un lugar que no necesariamente es físico, sino más bien nuestro sitio en la historia.
Los diálogos con los muertos, o sus visitas, son uno de los temas más viejos de la literatura. Sarmiento evocó al fantasma de Facundo, y sentó la matriz para pensar la política argentina vigente aún hoy; Shakespeare hizo que el fantasma de César visitara a Bruto en la víspera de su muerte.
La Primera Guerra Mundial, con su horrorosa e inédita masividad, estimuló la imaginación de soldados y poetas, que recordaron ese viejo tráfico con los caídos. Entre los cráteres de la artillería y el barro pestilente, paridos entre las alambradas, nacieron nuevos modos de contar la masacre y pensar la guerra. Pero fue sobre todo el paisaje bélico el que se modificó para siempre.
También se siente allí la presencia de los idos. Es otro puente con el pasado. Arthur Conan Doyle perdió a su hijo durante la Gran Guerra: dedicó el resto de su vida a impulsar estudios espiritistas, acaso para seguir junto a él, tal vez para pedirle perdón. Rudyard Kipling, otro escritor británico, la pluma del Imperio, escribió a favor de la guerra y utilizó cuanto medio tuvo hasta que su hijo fue enviado al Frente Occidental, solo para que muriera a los pocos días de llegar. Parece que era muy corto de vista y se asomó por un talud para espiar las trincheras alemanas.
Tras la guerra, Kipling escribió epitafios para los caídos. Uno de ellos dice:
SI ALGUIEN PREGUNTA POR QUE MURIERON,
CONTESTENLE: PORQUE NUESTROS PADRES NOS MINTIERON.
Es bueno preguntárselo: ¿qué se frustró en Malvinas? ¿Algo se realizó? ¿Vuelvo, efectivamente, a un lugar en el que nunca estuve? Visitar Malvinas, ¿es una forma de enterrar a nuestros muertos, los de esa guerra y los de otras? Visitar el cementerio de Darwin, ¿impedirá que la guerra siga matando en cada suicidado?
Hay muchas cosas por responder, muchas respuestas por escuchar. Muchas preguntas por hacer. Un viaje, sin duda, es una forma de pregunta. Volver a Malvinas es otra, teñida del regreso a un pasado propio y extraño a la vez.
Esta, lector, es la invitación. Pero antes, dos preguntas: ¿Qué hay en tus valijas? ¿Para qué, para quienes, dejaste lugar?”
FANTASMAS DE MALVINAS, un libro de viajes de Federico Lorenz








Se cava un pozo para seguir con vida




Se cava otro pozo


para el que no le sirvió de nada cavar











GURKAS
Mercenarios de perfil bajo  
(los únicos que los vieron   
ya no están)    
 
Cuchillos fantasmales  
cortando los sueños    
 
¿Pero acaso nosotros   
no veníamos del país de   
las picanas sobre panzas   
embarazadas?    
 
¿Quién le tenía que tener    
miedo a quién?




Cuando cayó el soldado Vojkovic
dejó de vivir el papá de Vojkovic  
y la mamá de Vojkovic y la hermana  
También la novia que tejía  
y destejía desolaciones de lana  
y los hijos que nunca  
llegaron a tener  
Los tíos los abuelos los primos  
los primos segundos  
y el cuñado y los sobrinos  
a los que Vojkovic regalaba chocolates  
y algunos vecinos y unos pocos  
amigos de Vojkovic y Colita el perro  
y un compañero de la primaria  
que Vojkovic tenía medio olvidado  
y hasta el almacenero  
a quien Vojkovic  
le compraba la yerba  
cuando estaba de guardia    
 
Cuando cayó el soldado Vojkovic  
cayeron todas las hojas de la cuadra  
todos los gorriones todas las persianas





A veces mirábamos nuestra sombra  
sobre el camino escarchado  
para cerciorarnos de que aún estábamos  
Entonces sí  
bebíamos de la cantimplora  
el agrio sabor de la existencia





MAOL-MHIN
Era terriblemente bello  
mirar en pleno bombardeo  
la suavidad con que caían  
los copos de la nieve





POR ROBAR COMIDA
¿Y si no fuera la atadura
que hizo el cabo y si yo fuera
un bicho verde sostenido por
alfileres y si fuera Gulliver
en el país de los enanos
y si fuera Jesús y si fuera el
costillar al asador del último
cumpleaños y si fuera el cordero
que maté esta mañana
y aún me mira y no me quita
ni un pecado y si fuera el mismo
cielo que se mete por los ojos
con este dolor titilando de tobillos
y muñecas y si yo fuera
todas las estrellas estaqueadas
constelando el desamparo
de esta noche?





FANTASMAS DE MALVINAS



PEDRO
“’More argentine dead are found an buried’. Fueron hallados y enterrados más muertos argentinos. En noviembre de 1982, el Penguin News informaba que desde el final de la guerra se habían encontrado y sepultado los cadáveres de cuarenta argentinos, que se agregaban a las fosas comunes ya identificadas construidas después de los combates.
Hasta llegar al cementerio de Darwin, los muertos argentinos estuvieron un tiempo en tumbas cavadas inmediatamente después de los combates, o quedaron a la intemperie varios meses porque era difícil llegar hasta ellos, o simplemente se desconocía su ubicación. Después de la guerra, se les hizo costumbre a muchos isleños coleccionar recuerdos de la batalla, más o menos grandes, importantes o peligrosos. Muchos isleños guardan fotos encontradas entre los despojos argentinos; otros, distintos objetos: cubiertos del rancho, balas, armas, cartas y partes del uniforme, o curiosidades como las cajitas de fósforos celestes y blancas con los barcos de la Armada Argentina coleccionables.
A finales de 1982, en un lugar del Monte Tumbledown conocido como ‘la terraza’, unos isleños que paseaban buscando souvenirs de la guerra encontraron el cuerpo de un combatiente argentino. Protegido por las rocas, estaba allí desde el final de la guerra, dizque aún en posición de tiro y con un balazo en la cabeza. Los pobladores avisaron a los Ingenieros Reales, que marcaron el lugar, y son quienes, finalmente, meses después, lo levantaron y trasladaron para enterrarlo en Darwin.
El Tumbledown es otro de los montes que hacen anillo alrededor de Puerto Stanley, y la historia de la batalla librada allí es la del Batallón de Infantería de Marina 5, el BIM 5. Esa unidad está orgullosa de ella. Su jefe durante la guerra, Carlos Robacio, escribió un libro minucioso donde relata la actuación de los infantes de marina en las islas, que entre muchas cosas sirve para ver las diferencias entre una unidad entrenada y con espíritu de cuerpo, y otros cuerpos menos preparados que en otros casos los conductores militares argentinos armaron y enviaron a las islas. Robacio permaneció en las Malvinas como prisionero hasta julio de 1982. En el ínterin, tuvo que enterrar junto a otros prisioneros a muchos de sus propios hombres.
--El BIM 5 no se rindió –dicen sus apólogos.
Y se aferran de esa idea, también, los que sostienen que la guerra se podría haber ganado.
La frase da idea de la desconexión del mando y los celos entre las fuerzas que imperaron durante toda la guerra. Lo cierto es que para el 14 de junio el BIM 5 había tomado nuevas posiciones, tras defender duramente el Monte Tumbledown, que a decir de los ingleses estaba formidablemente fortificado. Los infantes de marina del BIM 5 tienen asiento en Río Grande. Se trata de un batallón aclimatado y pertrechado para la guerra en el Sur, y que por eso sabía cosas tan elementales como que el terreno de Malvinas no se entrega si no se usan barretas de hierro para cavar las posiciones.
El BIM 5, cuentan propios y ajenos, combatió muy bien. Hay una fotografía frente a los galpones del muelle en la que se ve su última formación, pasando lista antes de entregar las armas y volver al Continente. Jóvenes soldados aplomados y barbudos, serenos y con la cabeza alta, algunos aún con las cintas de ametralladora alrededor del cuello. El BIM 5 se replegó en formación y bajo el fuego de la artillería británica rumbo a Stanley, cuentan los testigos, mientras los demás se desbandaban.
Pero si el gobernador militar de las islas se rindió, el BIM 5 también.
Sucede que cuando terminó la guerra, salvo el hundimiento del Belgrano, quedó la sensación de que la Marina no había hecho nada. Si el Ejército se autocriticó en su Informe de 1983, y la Fuerza Aérea salió indemne por propio mérito, si el Informe Rattenbach es un modelo de investigación y autojuzgamiento, lo mejor que produjo la Armada, como en tantas otras ocasiones, fue un eufemismo: es un libro que se titula No vencidos.
¿Qué quiere decir?
¿Que empataron?
¿Que vencieron?
--No nos derrotaron, pero perdimos.
--No está ni vivo ni muerto, está desaparecido.
La historia del BIM 5 es una forma de decir que la Marina también hizo su parte. Las hazañas de la aviación naval, también.
En el mismo libro donde Robacio describe los combates librados por la infantería de marina, defiende acaloradamente a algunos de sus subordinados, cuestionados por violaciones a los derechos humanos. No se puede criticar a ‘soldados con mayúscula’, dice Robacio, que hicieron lo que la Patria les ordenó. Uno de ellos, que estuvo en Malvinas a las órdenes de Robacio es Antonio Pernías, encargado de la Inteligencia en la ESMA, es decir, de torturar.
Robacio tiene razón. Fue en nombre de la Patria que hombres como Pernías perpetraron las atrocidades que perpetraron, y fue en nombre de la misma Patria que arriesgaron su vida en Malvinas. Por eso su libro, y tantos otros, son molestos: porque muestra la zona gris en la que está instalada la historia de Malvinas.
La cuestión será establecer si invocar el nombre de la Patria habilita para cualquier cosa, si no hay límites morales que una sociedad quiere establecer para quienes actúan en su nombre. Porque entonces, merecen ser honrados los que, frente a una orden inmoral, rechazan cumplirla: se constituyen, también en un ejemplo.
La cuestión es central para la memoria de Malvinas, porque no hubo unas fuerzas armadas que torturaron y otras que combatieron: fueron las mismas. Y fue una sociedad que vivió ambas experiencias, aunque con distintos grados de responsabilidad y distinto conocimiento y vivencia de ellas.
Hubo en Malvinas, eso sí, oficiales y suboficiales de carrera con mayor o menor jerarquía y por lo tanto grado de participación en la represión ilegal, y una masa abrumadoramente mayor de soldados conscriptos: ciudadanos bajo bandera.
Pero fue la concepción que pensó y ejecutó la represión ilegal la que produjo la guerra de Malvinas. Y la sociedad que apañó y se reflejó en fuerzas armadas que planificaron la masacre civil es la que avaló la recuperación de las islas.
La sociedad que muchas veces, todavía hoy, no se pregunta nada acerca de los límites morales que le permitirán identificar a aquellos a quienes quiere honrar.
Cuando se vuelve a las islas, cuando se camina entre las rocas duramente disputadas, frente a las cruces blancas, una pregunta asalta la fortaleza de las convicciones:
¿Qué cosas honra una nación cuando homenajea a sus muertos, a sus héroes, a sus valientes?
¿Qué están dispuestos a hacer los hombres en nombre de ella?
¿Qué es lo que hizo que el soldado Rolla muriera congelado en su puesto, montando guardia?
Volver a Malvinas es una forma, acaso la más complicada y contradictoria, de volver a pensar en la Argentina.
Esos pensamientos, que son generalizaciones abstractas, al mismo tiempo, no tiene mucho que ver con las historias individuales que los cerros cuentan. Pero son esos valores, contradictorios desde el presente, los que leídos y actuados de un modo único hicieron que muchos dejaran allí su vida o aceptaran arriesgarla.
Como el soldado que unos isleños encontraron montando guardia en el Monte Tumbledown. Al día de hoy, no se conoce su nombre. Después de que lo hallaron, tuvo que quedarse hasta enero de 1983 allí, cuando los restos argentinos fueron enterrados en el cementerio argentino de Darwin.
Por la posición y el difícil acceso al lugar, quienes lo encontraron pensaron que era un francotirador. En realidad, parece ser que durante la batalla, y a medida que sus compañeros caían o se replegaban, este soldado argentino fue cambiando de posición y disparando a los atacantes negándose a rendirse, hasta que finalmente fue muerto, no de un tiro en la cabeza, sino con una ametralladora y un cohetazo, menos romántico pero más eficaz. Parece ser, también, que los ingleses le pidieron a un oficial argentino capturado que lo convenciera de entregarse, pero el infante o suboficial de bigote continuó disparando hasta que lo mataron.
Es otro ‘soldado argentino solo conocido por Dios’, pero ignoramos su nombre, quien era. Para honrarlo, para saber por qué combatió del modo en que lo hizo. Debe de haber sido un suboficial, porque dicen los isleños que le pusieron ‘Pedro’, por el bigote y los rasgos, ‘bien latinos’.
‘Bien latinos’ para los descendientes de anglosajones o escoceses isleños que lo encontraron.
Las caricaturas británicas de los tiempos de la guerra están llenos del arquetipo del suboficial argentino, de mostacho grueso y rasgos aindiados, perezoso como los ratones de Speedy González. A veces los bautizan ‘Pedro’, la mayoría ‘Pancho’, pero todas son el modelo de la pereza con ponchos y sombreros de charro. No importa la mezcla.
Hay un chiste que muestra a dos de estos bigotudos en una cama matrimonial, y uno le dice al otro:
--¡Que pesadilla Pancho! Soñé que los ingleses tomaban Puerto Stanley.
El chiste está en que la cama va cargada arriba de un camión que dice ‘Argentinos atrapados durmiendo la siesta’, que rumbea a un campamento de POW (prisioneros de guerra).
Malvinas, para el común de los ingleses, estaba tan dentro de la misma bolsa del ‘resto del mundo que fue colonia’ que ni siquiera existía hasta la guerra. Los argentinos tampoco.
Una vez, de visita en la casa de un amigo, en Kent, me mostró que su vecino tenía una llama de mascota. Entre setos cortados al milímetro y casas que parecían las de los hobbits, un animal blanco y grande rumiaba con nostalgia. También se llamaba ‘Pedro’. Era ‘Pedro the lama’.
Y ni siquiera Pedro, sino ‘Pidro’.
A lo mejor, no se les puede pedir otra cosa a los educados en un Imperio.
Pero seguramente ahora mismo, mientras pienso todo esto mirando al Tumbledown, alguien anota que ‘tengo un amigo en Kent’, o sea que seguramente soy un agente pagado por los ingleses, o acaso se regodee mientras escribe la palabra cipayo, y se enoja porque no puedo ‘mezclar a Malvinas con la política’, y encima cuestiono a la Patria.
Son los mismos cretinos que se refugian en esa retórica aintiimperialista y nacionalista pero sostienen la estructura de la dependencia que dicen aborrecer. Nacionalistas del Jockey Club y del Círculo de Oficiales, que ayer salían a cazar bolcheviques, luego peronistas, y hoy arman páginas de Internet para denunciar a los traidores a la patria.
Los que dicen que es mejor tener ‘conscriptos del interior’ porque son más sumisos y obedientes.
Los que siguieron estaqueando a su gente como en tiempos de paz, si cabe la expresión, para que vieran quien manda, cuando las bombas inglesas caían sobre ellos.
Los oficiales que comían distinto que sus hombres, porque hay raciones para oficiales y raciones para la tropa.
Y porque en tiempos de paz también hay raciones de primera, de segunda, y ni siquiera raciones.
Porque en última instancia lo que hay que defender son las jerarquías.
Primos hermanos de los que desde la vereda opuesta arrojan a Malvinas, a los vivos y a los muertos a las aguas del olvido, porque desde que la rancia derecha se cargó a los símbolos y a la Historia no se atreven a dar batalla por recuperarlos.
Los profesores y leguleyos que siempre tienen la patria a mano y se saben el mapa de Malvinas de memoria, pero piensan que sus alumnos no merecen lo que enseñan porque se imaginan a la Patria rubia y de ojos verdes. Como ese docente de Rosario que en 2005 les dijo a sus alumnos, entre los que estaba el hijo de un ex combatiente:
--Esos negritos de mierda que trajeron del Norte solo servían para hacer mate cocido. Después, los llevaron allá y se cagaron muriendo.
José Chaparro, el chico que lo escuchó, lo increpó, los padres protestaron, pero por supuesto al profesor ‘lo sacaron de contexto’, y ‘si tenía que pedir disculpas lo hacía, pero él no había dicho eso’.
A lo mejor, no se les puede pedir otra cosa a los educados en un Imperio.
Mario Chaparro, el papá de José, también fue infante de marina en Malvinas, como ‘Pedro’.
Hay un lugar en el que los extremos opuestos se tocan, porque lo son solo en apariencia. La patria que es una y para todos como lo aprendimos se nos queda corta cuando nos metemos con los privilegios y las diferencias de clase.
Aunque ya lo hayan enterrado, ‘Pedro’ sigue en su puesto en el Tumbledown escuchando las historias que se arman a costillas de él, que hizo lo que había aprendido a hacer. Me gusta imaginarlo aún en su posición, entre las rocas, disparando preguntas molestas sobre nosotros.”
FANTASMAS DE MALVINAS, un libro de viajes de Federico Lorenz



EL ÚLTIMO ENEMIGO
Jorge se despertaba
entre la tempestad del fuego
con esa tos de cañoneo
que no se le iba nunca
y antes del desayuno
se afeitaba en un pedazo
de espejo que latía
 
Esa mañana besó
a sus hijos a su mujer
besó como el sueño
profundo y suave
besó de una manera
imperdonable y dulce
 
Más tarde en el baño de un bar
sacó un revólver y disparó
justo en el lugar donde
se apostaba la tristeza












BRINDIS
Subía y bajaba colinas
hasta llegar al soldado Sañisky
Le daba un abrazo
le ponía entre las manos
mi paquete de Marlboro
esto es tuyo -le decía-
es todo lo que tengo
y nos dedicábamos a echar humo
igual que aquellos agujeros
que de pronto aparecían
en la turba como un
acné irremediable
 
Hoy cuando nos juntamos
en algún cumpleaños
y enciendo un cigarrillo
sentimos que estamos allá de nuevo
Entonces mi amigo
–que ya no fuma-
me pone en la mano
una copa de vino
y miramos cómo corren
nuestros hijos
cómo hablan nuestras mujeres
 
Y porque aún nos perdura
la tristeza es que estamos felices
y porque sabemos que de alguna
manera no nos han vencido
es que brindamos

Los poemas pertenecen al libro inédito SOLDADOS de Gustavo Caso Rosendi.



SOLDADOS - Gustavo Caso Rosendi

FEDERICO LORENZ

TUMBLEDOWN


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A TREINTA Y CUATRO AÑOS DE MALVINAS

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