lunes, 16 de noviembre de 2009










Blhoja 005. FRAGMENTOS

LA TIERRA DEL FUEGO



“Nada me retenía en el país salvo dos tumbas barridas por el viento. La llanura se despidió de Mallory y de mi con un temporal; un pampero furioso sopló todo el día y toda la noche. Después, el cielo se hizo transparente y volvió el calor. (…)
Recuerdo el día anterior a mi partida. Miraba con tristeza cada objeto, cada árbol, cada pájaro. Me comía el corazón una pena amarga en la que se juntaban el desamparo y la orfandad. Esa noche crucé las alforjas con las pocas cosas que llevaba sobre el lomo del caballo y me fui.
Una mañana limpia y alta vi lo que creí era el mar. Sólo mas tarde supe que ese caudal desmedido era el Río de la Plata. (…)
El cruce del río desmesurado fue mi primera navegación y mentiría si dijera que me gustó. (…)
El Río de la Plata no es el Támesis, míster MacDowell o MacDowness: fueron nueve horas largas sobre un río picado. Según dijo el barquero al despedirnos, impávido ante mis ojos desenfocados, se había tratado de una travesía excelente.



Montevideo me gustó más que Buenos Aires. El puerto natural, mejor protegido, era sin duda más importante y varios barcos de distintas banderas producían un movimiento considerable. Percibía en el aire de esa ciudad una modestia al mismo tiempo que una actividad y un dinamismo que iban muy bien conmigo y con mi primera salida al mundo. (…) Entré en una fonda y comí pescado frito, que resultó el manjar mas delicioso que había probado en mi vida y, para acompañarlo, tomé una jarra de vino. (…)
En una mesa apartada había un grupo de hombres. (…) Sin duda eran hombres de mar. (…) Hablaban en ingles.
Había llegado a dos pasos de la mesa y allí permanecí… (…)
--¿Que pasa, muchacho, que se te perdió por aquí?
Me acerqué.
--Busco un empleo a bordo… (…)
Mas tarde, en medio de la oscuridad del río, del sonido de los remos entrando en el agua y del canturreo de los hombres llevando el compás experimenté por primera vez un sentimiento de fraternidad difícil de explicar que constituye para los hombres de mar lo más preciado, lo más parecido a lo que en tierra se llama un hogar. (…)

--Vamos a la Tierra del Fuego, muchacho. Hacia la Patagonia. Al sur, al infierno, al culo del mundo. Y ahí esta tu barco: el Beagle (…)
Me veo una mañana, junto al timón. A babor, el alba era apenas una palidez del horizonte, y a estribor empezaba a dibujarse, lejos, sobre una franja de mar azul y verde, la línea oscura de los altos acantilados patagónicos. Miro asombrado enormes manchas en el agua que un chorro sorpresivo denunció como una manada de ballenas; estremecido constato la pequeñez del barco que pasó como en puntas de pie entre aquellos monstruos. (…)
Hemos dejado atrás el cabo Vírgenes y salimos a enfrenar el estrecho de Le Maire. (…) El día se ha vuelto noche y la tormenta está sobre nosotros, (…) tomo plena conciencia de mi insignificancia y, lo que hasta ayer me pa recía impensable, de la fragilidad del barco. (…) Olas monstruosas, como jamás imaginé que existieran, nos llevan a la cima y nos precipitan en el abismo. No se donde están el cielo y tierra; todo es viento, agua y oscuridad. (…)
Había empezado a comprender algo del aura que rodeaba el lugar al cual nos dirigíamos. A pesar de haber nacido en la Confederación, nunca había oído sobre esos lugares que los marinos ingleses mencionaban con tanto conocimiento, pero que pertenecían al sur de una tierra que era mi país.
Mi bautismo de mar, (…) se hizo en el laberinto de islas mas temido por los barcos del mundo entero: el Cabo de Hornos. A ese infierno líquido lo rodeaba un sombrío prestigio de barcos sin regreso; de náufragos que dejaban señales en las rocas o una botella enterrada; de cadáveres vivientes refugiados en las cuevas de la costa, sobre cuyos despojos se cernía otro motivo de espanto: el aterrador invierno del Cabo de Hornos. Sólo el largo trato de los años con ese lugar de veranos apacibles y paz sobrenatural pudo reemplazar aquella primera impresión.”








La Tierra del Fuego
Sylvia Iparraguirre - 1998






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